Por Enrique Guerrero “Aspirante Eterno”
Extracto del Boletín Danzón Club No. 72 (Febrero, 2016)
Un cordial saludo amigos danzoneros
Esta ocasión debo de hablarles de lo que menciona acerca del ambiente del Danzón en nuestro país en la época de los años 80s de quien es ganador de varios premios por sus escritos en forma de ensayos, como el que menciono en el título de este documento, “El “dancing” mexicano” con el cual obtuvo el premio Javier Villaurrutia en el año de 1982. “En este ensayo describe el mundo de los salones de baile de la época y de su peculiar estilo de practicar el llamado arte de Terpsícore. López Velarde habla en uno de sus poemas de la raza de bailadores de jarabe. No sabía, quizás, que ese ritmo fue exorcizado durante la colonia por considerarlo las autoridades como “una apología de las peores pasiones que induce al vicio”. Así, pese a su supuesta tristeza, el mexicano se ha distinguido por su habilidad para el baile y su adaptabilidad a todos los ritmos. Bien sentaron fama, en los años veinte, aquellos bailadores de danzones- ritmo importado de Cuba- que ejecutaban sus pasos sobre un ladrillo y les sobraba espacio y que en límites tan estrechos bordaban maravillas con sus pies bien educados y con su cuerpo que seguía elásticamente las sugerencias de la música” (1).
El libro en sus primeras 80 páginas ofrece la historia de la danza en México, desde la parte precolombina, pasando por la época Colonial y se continúa hasta los años veinte en que el Danzón tiene un gran impacto social al grado de iniciar una Masificación y Popularización en el país en donde el autor propone la aparición de tres factores para que esto ocurra, el primer factor , dice Dallal, es que ninguna modalidad de danza culta ha quedado tan arraigada como para establecer normas comparativas y escribe “Hasta 1940 surge y alcanza cierto auge la Danza moderna pero sus efectos no llegan a alterar la autogestión y la profundidad de arraigo de la danza popular. Por el contrario se alimenta de ella. Por su parte, la Danza Folcklórica en México es una verdadera actividad popular, disímbola, carente de investigación, aunque sumamente atractiva como fenómeno social (Se “hace” danza folcklórica en escuelas, clubes, casas de aseguradas, casas de cultura, ciudades, provincias, universidades, etc.). Existe en los sectores medios del país una enorme capacidad de asimilación, de recreación de los códigos y los bailables de otras latitudes. Para hacer danza popular, en México, no se requieren, como hemos visto, sino un mínimo de elementos. Lo demás es autogestión y en algunos casos (como en los festivales de fin de cursos) autosugestión. No son necesarias las enumeraciones. Mencionemos tan solo las academias de danza particulares.“Hay una segunda causa: el concepto que del cuerpo tiene el mexicano. Los mexicanos son rígidos y solemnes, poco dispuestos a la sensualidad. Esta es la generalidad, aunque hay excepciones (las necesarias). En las danzas populares, los sectores medios de la metrópoli desarraigan esa seriedad que el indígena manipula y con la que manipula su propio cuerpo. Se alejan de la costumbre y la pasividad. Des-simbolizan su cuerpo, descartan su dimensión cósmica. Los códigos de las danzas populares de las clases medias nada tienen que ver o bien solo se relacionan mínimamente con el sentido religioso y solemne de los danzantes indígenas o con el de otras clases medias, por ejemplo con la natural “cachondería” de que las danzas cubanas se hallaban impregnadas desde antes de la revolución socialista.El mexicano asume actitudes inusuales, inhabituales, desacostumbradas cuando “hace” danza popular. Los bailables devienen actitud secular. Y aquí es necesario separar de nueva cuenta la danza autóctona de la auténticamente folcklórica, aquella que responde a los requerimientos de los códigos ancestrales, tradicionales o las que intentan salvaguardar dentro de una relativa “pureza” elementos originales, signos nacionales y actitudes locales. Las danzas populares son, para el mexicano, una posibilidad de desinhibición, una efímera incursión en la libertad corporal. Ninguna danza popular auténticamente mexicana resulta “refinada” en el sentido de plantear una delicadez de larga duración, por lo que su inclinación por ejecutar danzas populares “cachondas “resulta de un impulso desinhibidor, espontáneo pero (sobre todo para los jóvenes anteriores a 1968) poco apto para “hacer costumbre”.
Solo ciertos núcleos urbanos, sobre todo de los barrios de la baja clase media, han adquirido el hábito real instituido de la fiesta “destrampe”, de la reunión en que alardean desprejuiciadamente por medio de los movimientos del cuerpo, se repita, por lo menos una vez cada quince días. Con respecto a ciertos ritmos extranjeros, el mexicano guarda, al principio, una considerable (o notable) distancia moral. En algunos casos se repite la creencia colonial de que hay ritmos completamente pecaminosos o lo suficientemente propiciatorios de “estados inconvenientes”. Naturalmente, los criterios sociales varían con el tiempo, aunque sea relativamente. Amado Nervo veía en el Vals una posibilidad de “deschongue”, actitud que en la actualidad ni la más “mocha” ama de casa mexicana estaría dispuesta a compartir.
“hay un tercer acicate para la creación y re-creación de danzas populares en México: un arraigado deseo de “representatividad”. Como su lírica, la danza del mexicano desea, busca y logra el registro, la narración, el comentario de los sucesos. Hasta muy recientemente (gracias a la influencia de la tecnología, a la transmisión de costumbres diferentes, a la incorporación de arte y de códigos abstractos las danzas populares han adquirido sentido y tonos sencillos, directos ni imitativos no anecdóticos.” Debo de mencionarles que es bastante extenso el ensayo que el maestro Alberto Dallal por lo que quiero hacer una segunda parte de lo que menciona acerca de la personalidad y actitud de los bailadores de esos años en que se hizo el ensayo, a modo de adelanto les comparto imágenes de los lugares en que personajes del cine y de la política se presentaban en los salones de baile que sobrevivían aún en los años ochentas.
(1).-Esta parte es un fragmento del prólogo con que se introduce al lector en su contenido.
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