Por Alejandro Cornejo Mérida
Extracto del Boletín Danzón Club No. 107 (Enero, 2019)
Nunca creí que dejar de tomar café fuera tan difícil. Después de más de medio año de evitarlo, el antojo me doblegó. Entré a uno de los cafés-restaurantes más populares de la Ciudad de México para disfrutar unos aromáticos sorbos de esa bebida fascinante. Eran como las once de la mañana cuando llegué a la gran sala del restaurante que se ubica en la calle de Madero del Centro Histórico de la Ciudad; por ventura en ese lugar encontré a mi maestro de Danzón que estaba a la mesa degustando su desayuno. Era un 5 de febrero, Día de la Constitución, y por ser una fecha festiva mucha gente paseaba por las calles aledañas al Zócalo de nuestra bella Capital.
-- Buen provecho profesor --le dije.
-- ¡Hola, cómo estás --me respondió--, siéntate por favor. Me da gusto verte. Qué andas haciendo!
Con agrado acepté su invitación; me senté a la mesa y de inmediato pedí café descafeínado y pan francés. Le comenté que andaba buscando el libro de Alberto Dallal El “dancing” mexicano.
-- Sé que existe la obra producida por la Secretaría de Educación Pública y publicada por Editorial Oasis, seguro que la encuentras en las librerías de prestigio, y si no, te sugiero que la busques en los expendios de libros usados que se encuentran en las calles de Donceles, --me aconsejó.
Durante el largo rato que platicamos nos volvieron a servir café; dialogamos sobre diversos temas y como noté que había disponibilidad para alargar la charla, se me ocurrió pedirle que me relatara una anécdota sobre su actividad como profesor de baile. Sonrió y dijo que me contaría algo que no lo había platicado con ninguno de sus alumnos:
Como maestro de Danzón he participado en muchos eventos danzoneros en el país y en el extranjero, pero en ningún lugar sufrí los apuros y las angustias que experimenté en la población La Antigua, Veracruz. Fue un acontecimiento muy especial, es por eso que lo quiero contar; pero antes quisiera informarte cómo fue que logré modelarme como instructor de baile.
A los pocos meses de haber nacido, según contaba mi padre, movía yo mucho mis piernitas y mis brazos, eso motivó a que él dijera:”Este muchachito va a ser bailarín, estoy seguro”. Y no se equivocó porque el baile se convirtió en mi pasión y es lo que actualmente me da para vivir.
En mi familia fuimos cuatro hermanos y a mí me tocó ser el menor de todos, por esa razón, los primeros me aventajaron en el estudio. Mis padres se ocuparon en darnos una formación profesional, pero no todo resultó como ellos lo planearon. Mis dos hermanos y mi hermana ingresaron a la universidad y cuando concluyeron sus estudios fueron felicitados por la familia y amigos cercanos en la noche en que cada uno festejó su graduación. José, fue el más distinguido, el más elogiado; recuerdo que le llevaron regalos y mariachis en la fecha en que concluyó sus estudios de médico cirujano. Rogelio, el de carácter insípido, estudió ingeniería; se tituló, pero su graduación se celebró con una reunión familiar; nunca le han gustado los grandes festejos. Mi hermana Sonia hizo su licenciatura en lengua y literatura hispánicas y aceptó su baile de graduación. Ella siempre ha sido más sociable que los otros dos, y conmigo se ha entendido muy bien. Como amante de la lectura ha logrado una vasta cultura; además, le ha gustado platicar los problemas políticos y socioeconómicos del país, los cuales no sólo estudia e interpreta hábilmente, sino que hasta propone soluciones.
Yo no quise hacer carrera universitaria. Desde niño, cuando estaba en la secundaria, ya me gustaba el baile. En la escuela, con mis amigas, aprendí a bailar varios ritmos, pero el que me enloqueció desde mi pubertad, cuando ya estudiaba el bachillerato, fue el Danzón. En esa etapa de mi adolescencia, ingresé a un taller de baile y gracias a las maravillosas clases que me dio mi maestro, aprendí y absorbí como esponja la magia que tiene ese ritmo seductor. Me sentía feliz disfrutando el baile y era admirado por todos mis compañeros y compañeras del taller. La mayoría de los asistentes eran personas mayores, algunos ya entrados en la etapa de la tercera edad y eso me hizo recordar el mito de que el Danzón es un baile sólo para gente mayor o “viejos”, lo cual es totalmente falso, ya que en la actualidad lo bailan los jóvenes y hasta los niños son atraídos por su delicadeza y elegancia.
Al transcurrir varios años de estudio en los que demostré capacidad para ejecutar pasos y figuras atractivas de creación personal, fui seleccionado para participar en una larga cadena de exhibiciones en la que siempre me felicitaban por ser uno de los tipos que más sobresalía. Me hacía sentir bien el escuchar que había nacido para bailar. Siempre tuve la suerte de que en todos los eventos nunca faltara la bella dama que estuviera decidida a ser mi pareja. Recorrí varios estados de la república dando exhibiciones y gracias a mi desenvolvimiento como bailarín siempre fui bien tratado. Aprendí a bailar erguido, a no mirar el piso, deslizar y no levantar los pies, a sonreír, respetar los descansos y remarcar los remates.
La pulcritud y la indumentaria las he cuidado desde que era estudiante del ritmo; nos inculcaron que en las presentaciones se debe vestir con elegancia y ser caballerosos con todas las personas; en nuestras enseñanzas nunca faltaron las pláticas sobre algunas reglas de urbanidad. Nuestro maestro siempre exigió buena ropa, distinción y garbo; a las damas les pedía gracia, feminidad y donaire.
Después de algunos años me convertí en instructor de baile; fue necesario que antes aprendiera algunas técnicas de enseñanza y a tener paciencia con los alumnos que enfrentan dificultades para aprender.
A mis padres no les satisfacía la actividad que realizaba; ellos deseaban que yo estudiara una carrera universitaria, que obtuviera buenas calificaciones para luego lograr un buen empleo que me permitiera vivir holgadamente y sin aprietos económicos. Los comentarios que hacían mis familiares respecto a mi ocupación me incomodaban pero siempre fui respetuoso de sus opiniones, pues como vivía en casa de mis padres sólo tenía que escuchar y esperar la oportunidad de poder demostrar que el baile es una profesión que da para vivir y a veces mejor que algunos que han acumulado títulos universitarios. En ocasiones me ponían como ejemplo a mi hermano el médico o al ingeniero, a los que admiraban y de quienes pensaban que por haber logrado un grado académico ya tenían el camino fácil para adquirir riquezas y todas las cosas deseadas. Yo sabía que ellos podían ganar mucho dinero, pero estaba seguro de que con eso no podrían comprar felicidad. Con mi actividad me he sentido feliz y saludable; además ese bello trabajo me ha dado la oportunidad de relacionarme y viajar dentro y fuera del país.
Mi carrera de instructor de baile no ha sido fácil pero siempre la he sentido agradable. Como todos los que desean aprender a bailar, primero formé parte del grupo de principiantes, luego fui de los intermedios y posteriormente de los avanzados. Esto fue lo que me permitió convertirme en instructor en varias escuelas de Danzón. Enriquecí mis conocimientos con algunos cursos de coreografía y el aprendizaje de la metodología de la enseñanza. También fue necesario instruirme en la historia de la música y en especial la del ritmo del Danzón. Transcurrido algún tiempo, y después de ganar varios campeonatos, fui contratado por directores de conocidas danzoneras para que los acompañara en sus giras con la finalidad de dar exhibiciones; fue así como tuve oportunidad de viajar a Canadá, Nueva York, Los Ángeles California, Argentina, Japón y algunos países de Europa. Cada día que pasaba amaba más mi trabajo. Mi mente la tenía siempre ocupada ideando nuevos pasos, elaborando figuras y creando aperturas o formas nuevas de iniciar el baile. Esta apasionada actividad fue un aliciente que no sólo me mantuvo alejado de vicios fatídicos como el cigarro, alcohol y drogas, sino que ha contribuido a que mantenga una figura sin riesgo de obesidad. Viajes, trabajo, alegría, bienestar, salud, enseñanza, buenas amistades y una forma honesta de vivir, es lo que me ha dado el Danzón. No es presunción, pero considero que vivo la vida más feliz que mis hermanos, quienes después de titularse y casarse, aumentaron la carga de trabajo; incrementaron sus ingresos pero se endeudaron con la compra de bienes raíces y autos nuevos, siempre viven al día y encadenados a un horario de trabajo que los estresa y les merma la salud. Es por eso, quizás, que los veo malhumorados, a veces tristes, preocupados, angustiados, sin tiempo para divertirse y con muchos compromisos que a veces no pueden cumplir. A la única que noto satisfecha con su actividad académica es a mi hermana, mi noble hermana, a quien por cierto también le apasiona el baile.
El Danzón me enseñó a ver la vida de una manera distinta a la que viven otras personas; con las enseñanzas que doy considero que siembro felicidad en los corazones de mis alumnos, además de que el ejercicio que hacen con el baile los mantiene en forma. Me satisface que se relacionen, que afiancen la amistad y que se fortalezca la convivencia. La solidaridad, el apoyo mutuo y el afecto siempre están presentes entre ellos.
Este hermoso trabajo me ha permitido conocer directores de danzoneras y orquestas; también me ha relacionado con maestros de baile de la Ciudad de México y de los estados de la república. Empresarios y dueños de salones de baile, casas de culturas, instituciones educativas, sindicatos, institutos de seguridad social, clubes deportivos y otras organizaciones solicitan mis servicios como instructor de baile, eso me da satisfacción, y nunca sufro por no tener empleo. Me agrada comentar todo esto, pero seguramente tú estás esperando que te cuente lo que sucedió en La Antigua, Veracruz, en aquellos momentos en que sufrí los apuros y las angustias a que me referí al inicio de mi relato. Pues lo que ocurrió fue lo siguiente:
“Como director de un taller de Danzón, en una ocasión asistí al Puerto de Veracruz con uno de mis grupos que participaría en un concurso. En esa fecha, con mi bella pareja, dimos una exhibición en esa Ciudad, que según los críticos fue un éxito. Recuerdo que el día s
iguiente fue un 3 de mayo, celebración de La Santa Cruz, que en el municipio La Antigua festejan en grande; llega gente de muchas partes, atraída por los hermosos paisajes, la rica comida típica, la gran variedad de mariscos, los tamales de masa con carne de cerdo y los de elote con carne de pollo. Los juegos mecánicos, los paseos en lancha por las cálidas aguas del río Huitzilapan, así como el andar en el puente colgante, no dejan de ser un atractivo pasatiempo. Pero por encima de todo eso, está el interés por el baile que por lo menos se realiza en dos lugares al mismo tiempo, siempre amenizados por conocidas danzoneras del rumbo, dándole majestuosidad a la fiesta la participación de la única e inigualable Danzonera La Playa. En ese lugar, mi pareja y yo teníamos el compromiso de dar una exhibición a las cinco de la tarde. Como había llevado mi camioneta a la Ciudad de Veracruz, pensé viajar en ella a la población La Antigua, lugar al que se puede acceder por la autopista, llegando primero a la caseta de cobro en un promedio de unos veinte minutos. Luego está el camino que lleva al centro del municipio; esa ruta no estaba en óptimas condiciones pues una parte era terracería y otra de empedrado, por ahí teníamos que transitar. Como nos habían dicho que el evento era especial y que habría cámaras de televisión y personas importantes como invitados, decidimos ir muy elegantes; ella con un hermoso vestido blanco con adornos de lentejuela y yo con un smoking también blanco que había adquirido recientemente; mis zapatos y las zapatillas de ella también eran del mismo color que la ropa, sólo su abanico y … CONTINUARÁ
No hay comentarios:
Publicar un comentario