“No es un efluvio pasajero. Es una porción de sueño repartida en comisuras llenas de dulzura. El cielo está aquí, donde alguien quiera bailar”. De VERBA VOLANT.
Por Luis Pérez “Simpson”
Extracto del Boletín Danzón Club No. 154 (Diciembre, 2022)
Los salones de baile son entre muchas cosas, esos espacios mágicos donde se mezclan infinidad de elementos en movimiento que nos hacen partícipes de este “pequeño universo” en vías de extinción.Nada como un salón de baile para disfrutar el sutil placer de bailar y bailar dentro de una atmósfera saturada de partículas muy pequeñas e invisibles que se desprenden de todas partes llamadas elegantemente “efluvios”, mismas que son atrapadas involuntariamente por nuestros sentidos y, que le dan un sello particular a cada uno de estos recintos de placer.
Cabe decir que la Ciudad de México es agraciada (en cuestiones de baile de salón), por el hecho de aun tener más de una decena de salones de baile, mismos que se resisten a desaparecer a pesar de la modernidad, inflación y, de la desleal competencia de las plazas públicas “gratuitas”
Ya lo he dicho muchas veces que el salón de baile es el hábitat natural del danzón y demás bailes de salón, es por eso, que no resistí la tentación de comentar algo sobre lo bello y, lo no tan bello de los efluvios que deambulan en estos recintos cerrados que en ocasiones se pueden (metafóricamente hablando), parecer al interior de una olla exprés justo en su “clímax”.
Los excitantes efluvios tienen, según el diccionario sus propios sinónimos tales como: aromas, olores, arrojamiento, difusión, emanación, fragancias, gases, irradiaciones, miasma, propagación, tufo, vaho y exhalación.
Para esta reflexión, seleccioné la palabra “Efluvio” ya que, en mi opinión, se asocia más a lo poético con una singular dosis de sensualidad y pasión.
De efluvios y danzón me viene a la mente el título del libro “Con Aroma de Danzón” escrito por Alejandro Cornejo Mérida y, por supuesto también el danzón con el mismo nombre cuyo autor es Gonzalo Varela Palmeros que interpreta la “Danzonera la Playa”, en ambos casos, el titulo nos sugiere “saborear” los exquisitos efluvios que emanan del danzón, uno literario y el otro musical.
Por otra parte, también tenemos aquellos efluvios que se quedan irremediablemente grabados en la memoria, como el tremendo y singular tufo (que según dicen los que lo experimentaron), era la “cordial” bienvenida a los “parroquianos” del legendario Salón México, pero, gracias a ese tufo nauseabundo, que era un verdadero golpazo al olfato y que se respiraba desde la misma entrada a este recinto, no faltó la genial ocurrencia de algún parroquiano que lo “bautizó” con el sobrenombre de “El Marro” y, que no tardó en difundirse por la ciudad. Basta imaginar ese “coctel” de aromas sofocantes en cada una de sus tres salas de baile saturadas de bailadores casi codo con codo expidiendo los efluvios emanados de las feromonas o sea esas toxinas que salen del cuerpo en forma de aromatizante sudor, mezclado con el aroma del humo de tabaco, las lociones, vaselinas, pomadas y demás menjurjes, bastaría con mencionar el famoso letrero que estaba a la entrada de los baños que decía “No se limpie las manos con la cortina”, ya que los que hacían uso de estos sanitarios, aprovechaban para darse un retoque al cabello con vaselina, (misma que les vendía el encargado) y, posteriormente se limpiaban las manos en las cortinas ya se imaginaran el tremendo “marrazo” de rancios efluvios que emanaban esas estoicas telas.
“Aquí es El México” así decía el letrero original del Salón México, ubicado en la calle Pensador Mexicano No. 16, colonia Guerrero, CDMX.
Afortunadamente no todo eran esos nauseabundos efluvios a los que se adaptaba fácilmente el agudo sentido del olfato, los había también de otro tipo perceptivos por otros sentidos, por ejemplo, los exquisitos efluvios del amor que las parejas aspiraban en el bailoteo sensual y erótico del danzón, esto, cuando el danzón se bailaba ortodoxamente, bien pegadito. Vale recordar que en aquellos tiempos el danzón era el baile “cachondo” por excelencia, no en balde era el preferido de los “picaros” bailadores buscadores de efluvios y otras cosas más.
Agudizando nuestros sentidos nos daremos cuenta que cada salón de baile tiene sus propios efluvios, que son como “huellas digitales” imposibles de copiar, su atmosfera cerrada donde flotan espirituosos efluvios de bebidas, tufo, sudor y aroma de suculentas viandas. Todavía hace pocos años existía un salón de baile (“El Romo”) donde, como parte del atractivo era permitir la entrada de toda clase de “botanas”, tacos, guisados, tortas, enchiladas, postres, etc., pero eso sí nada de líquidos, ni “colirio para los ojos”, ya se imaginarán este aroma adicional a las demás “fragancias”, todo un reto a nuestro sensible olfato que, después de saborear esos efluvios “picantes” del salón de baile, con esa gama de aromas siniestros, al final parecían verdaderos “céfiros” del cielo”.
Sabemos bien, que oler, no cuesta trabajo, tenemos la sensación de los efluvios de un cuerpo sobre el sentido del olfato, máxime si viene de la pareja con la que estamos bailando, ¿Qué humanos efluvios rozan nuestra piel?, esto es la divina pasión que anula las demás “fragancias” que flotan en la sensual y única atmosfera del salón de baile, aunque, a decir verdad, también del cuerpo pueden dimanar aires mefíticos que repugnan y, todo esto nos debe hacer recordar que somos “seres olientes”.
Y qué decir de los efluvios visuales, me imagino al caballero cuando tan solo ve bailar a una dama sensual y caprichosa que quisiera absorber de ella todos sus efluvios como un regalo donde la envoltura es la pasión.
Pero, ¿A quién no le agrada bailar?, el gusto por Bailar, es la pasión por el libre movimiento de los cuerpos siguiendo las vibraciones y efluvios desbordados en un valsar sin fin.
Las miradas reciprocas de una pareja al bailar sueltan efluvios de dicha, misterio, seducción y la emoción de estar abrazados con mínima distancia de separación como lo dicta el alcahuete danzón.
Otra cosa, no todos los efluvios son “aromáticos” o “visuales”, los tenemos también vibracionales como los que emanan de los cuerpos sonoros como la voz sensual de la pareja de baile y por supuesto los efluvios musicales que salen de los instrumentos orquestales en perfecta armonía que nos hacen bailotear hasta el cansancio.
La acústica es diferente en cada salón de baile, es por eso que dicen que determinada orquesta se oye diferente de un recinto a otro.
Se imaginan todo ese torrente de efluvios sonoros que navegan entre la orquesta y los bailadores con sus cuerpos odoríferos y al mismo tiempo recipientes de esa dulzura musical y embriagante a nuestros perceptivos órganos.
Quiero finalizar este paseo aromático, vibracional y visual con una bella frase de Thomas Adès que dice:
“La música es un efluvio del espíritu del aire, una experiencia tan primitiva como misteriosa”
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