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Su amigo, Ing. Javier Rivera (Danzonero X), les da una cordial bienvenida a este nuevo espacio alternativo donde pondré el historial de documentos, textos y materiales relacionados con el danzón y sus circunstancias. Cualquier aportación será bien recibida.

miércoles, 6 de marzo de 2024

EL VESTIDO AMARILLO

 Por Alejandro Cornejo Mérida

Extracto del Boletín Danzón Club No. 143 (Enero, 2022)

— ¿Cómo pueden hacerme esto? —Decía la elegante dama, al tiempo que le restaba belleza a su atractivo rostro desencajado por el enojo que le causaba ese abominable acontecimiento del que había sido víctima. Y siguió diciendo— ¿Si yo no le hago mal a nadie por qué me hacen esto? Además se supone que estamos entre familia.

Así, frente a varias amigas se expresaba Hilda Campoamor después de percatarse de que su bolsa de tela negra que contenía su vestido amarillo había desaparecido de la butaca en que minutos atrás dejara antes de ir al tocador y tomarse unos minutos para saludar a unas amistades que se encontró en los pasillos del concurrido teatro.

Nadie podía negar que Hilda, esa mujer amable, educada, elegante, de sonrisa permanente, conocida por muchas personas, unas aficionadas, otras, apasionadas y locamente atrapadas por el cautivador ritmo del danzón, fuera una encantadora ninfa del baile elegante de salón. Su bello rostro de piel blanca, cabellera corta pero finamente arreglada, expresión amorosa, amigable y de tierna sonrisa, como nunca, se le vio el semblante irritado expresando la germinación de una ira jamás vista en ella. Y es que con ansiedad, durante muchos meses estuvo esperando la fecha en que podía lucir su gracia y talento en la diversión que más le apasionaba: bailar el ritmo creado por Miguel Faílde.

Para ese evento que ya se aproximaba buscó al mejor modisto y diseñador de ropa para que le confeccionara el más atractivo y elegante vestido. Donald Aldo, el prestigiado diseñador y modisto de la sociedad de mayor y fino linaje, fue quien se comprometió hacer el vestido de clase para que ella luciera su espléndida gallardía; recomendó una fina tela de importación en color amarillo y le diseñó el vestido el cual, a primera vista, ella quedó satisfecha. La prenda quedaría hecha dos días antes del ansiado evento del festival. La dama lo recibió puntualmente, pero al medírselo se percató que le quedaba corto; ella lo había solicitado unos 12 centímetros abajo de la rodilla, por lo que de inmediato hizo el reclamo vía telefónica. El modisto, amablemente, dijo que esa prenda ya no se podía arreglar, que le haría otro pero lo entregaría tres o cuatro días después de esa fecha. Esto molesto más a la bella dama pues su festival estaba a dos días de realizarse. Al no tener alternativa, con disgusto se hizo a la idea de que tendría que bailar con ese vestido que le quedaba, según ella, demasiado corto, efectivamente se desplegaba arriba de la rodilla.

La hermosa mujer tuvo en su mente la idea de que con esa vestimenta de un amarillo mostaza y corte elegante ideado por el mejor diseñador de la región luciría como nunca en el escenario del mejor teatro del Puerto de Veracruz; el atuendo fue hecho exclusivamente para lucirlo en un baile colectivo libre, de danzón; el ritmo que, según decía, era su única pasión. A pesar de lo insatisfecha por la hechura del atuendo no podía creer que por confiada y por un pequeño descuido lo perdiera quedando imposibilitada de lucir sus habilidades dancísticas en ese evento esperado con ansiedad desde muchos meses. No lamentaba el tiempo perdido en los ensayos ya que esos también los disfrutaba al igual que su pareja de baile con quien ensayó durante muchas horas el bello danzón Aires del Sur interpretado por famosa Danzonera Joven de México del maestro Alejandro Aguilar Torres.

Sentada en la butaca de la que desapareciera la bolsa con su flamante prenda, sufría la pena y la angustia de lo que le acontecía; sentía los fuertes aguijones de la ignominia y de la decepción al fallarles a sus fanes que ya le habían deseado la mejor de las suertes, también le inquietaba que llegara el momento de desilusionar a su pareja de baile y sobre todo a sus conocidos que sabían que ella bailaría en ese atractivo evento. Retraída y con la mente irritada por un torbellino de turbaciones, por momentos cavilaba sobre los momentos que se avecinaban que eran los de enfrentar la pena y el dolor que causa la vergüenza de quedarle mal a la gente que la admiraba. La congoja la estaba llevando al desfallecimiento; la aflicción era tan fuerte que casi la arrastraba a los oscuros dominios de los vértigos. Esa era la afligida situación que vivía Hilda Campoamor; esa mujer que además de bella y amable, también era para muchos una guerrera, una verdadera valquiria. Ahora el destino la hacía vivir tiempos intrincados; la carga de la pesadumbre la doblegaba de tal forma que se abstraía de lo que acontecía y se anunciaba en el escenario del lujoso teatro. Para ella todo estaba perdido. La brillante ilusión de acaparar los reflectores en el baile soñado se tornaba en un gris oscuro, pero ¿qué podía hacer ante ese juego de la vida en que los humanos estamos inmersos? Los apasionados asistentes a la exhibición de la muestra de baile escucharon cuando el animador dijo a través del micrófono que después de la exhibición de dos prestigiados grupos vendría el turno del colectivo en que participaría la encantadora Hilda. “Se acerca tu turno”, tocándole el hombro por detrás le dijo una de sus amigas, a quien ni siquiera volteó a ver.

Después de cavilar detenidamente, y para no enfrentar la vergüenza y la deshonra de no estar en condiciones de subir al escenario del brazo de su pareja, quien también esperaba ese fascinante momento para lucir públicamente su garbo y habilidades que sabía ejecutar en ese género dancístico, decidió abandonar el recinto recreativo. Dos momentos agrios había vivido en los últimos días de su vida, uno cuando se dio cuenta que el vestido le quedaba corto y le dijeron que ya no se tenía tiempo de corregirlo; y el otro, el robo de ese atuendo. La frustración no era posible ocultarla, con el alma exacerbada y con pésimo sabor de boca encaminó sus pasos hacía la salida del majestuoso teatro. Cuando estaba a punto de salir, Donald Aldo entraba con una pequeña maleta. Su presencia obedecía a una invitación que le hicieron para evaluar a la dama mejor vestida y la más elegante. Al verlo, ella casi llorando le dijo:

—Donald, ya no voy a participar. Me acaban de robar mi vestido amarillo y por eso mejor me retiro.

El diseñador y prestigiado modisto la abrazó paternalmente y con ternura y en voz baja expresó:

—Mujer Bonita, no te preocupes; borra de tu rostro esos rasgos de amargura. Mira, como me dijiste que te quedaba corto y para que no te sintieras incómoda, te hice otro de la misma tela y color pero con cinco pulgadas más de largo. Corre al tocador y vístete de amarillo, te vas a ver divina.

Hilda abrazó a Donald, le dio un beso en la mejilla y se apresuró para hacer realidad su dorado sueño y satisfacer ese ego que todos llevamos dentro.

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