BIENVENIDOS A SU DANZOTECA 5

Su amigo, Ing. Javier Rivera (Danzonero X), les da una cordial bienvenida a este nuevo espacio alternativo donde pondré el historial de documentos, textos y materiales relacionados con el danzón y sus circunstancias. Cualquier aportación será bien recibida.

martes, 6 de febrero de 2024

UNA ILUSIÓN DENEGADA Brillar intensamente

 Por Alejandro Cornejo Mérida.

Extracto del Boletín Danzón Club No. 134 (Abril, 2021)

No es necesario decir quien soy; estoy solo, en mi espacio preferido disfrutando la soledad; y en este momento escribo con la esperanza de que me lean; que escuchen mi voz interior que anhela decir que ningún mañana será como lo imaginamos. El concepto porvenir es una idea imprecisa vaga y de incierta realización. Y es así que todo futuro resulta dudoso; corresponde a un juicio hecho de probabilidades, es decir, de posible realización.

Conociendo bien esa realidad, finqué parte de mi alegre porvenir en una actividad que para muchos es ya un estilo de vida. Me mantuve emocionado casi dos años esperando alcanzar el objetivo soñado. La confianza que había en mí no me podía fallar. Estaba yo seguro de lograr esa meta. La fe y la seguridad que tenía se basaban en la experiencia acumulada de lograr siempre mis propósitos; pero ante todo lo que pensaba olvidé la máxima popular de que “uno pone y Dios dispone”. Este dicho lo analicé después de todo lo ocurrido en el trayecto que recorrí con la pretensión de lograr una de mis más fuertes y sentidas aspiraciones. “¿Podrás hacerlo?” —me preguntaba— y al instante me contestaba —“claro que podré”.

Este episodio de mi vida ocurrió después de que uno de mis más cercanos amigos, seguidor de su Majestad el danzón, me invitara al Puerto de Veracruz a divertirme asistiendo a un Encuentro Nacional de Danzón en el que participarían grupos coreográficos de diferentes partes del país, teniendo como escenario para la exhibición el muy famoso Teatro Reforma del bello Puerto Jarocho.

Ese viaje fue inolvidable porque lo disfruté como pocas veces lo había logrado en otros paseos. Por primera vez mis ojos se recrearon viendo la ejecución de las coreografías de más de 70 grupos que participaron; cada uno de ellos luciendo vestuarios que captaron la atención por elegantes y atractivos. Pero más que eso me cautivaron los desplazamientos, los románticos enlaces, los giros y las permanentes sonrisas de las bellas damas. Desconocía en esos tiempos los códigos y la técnica de ejecución del baile, pero lo que miraba en cada grupo que participaba me emocionaba y me llenaba de regocijo. Descubrí tanta belleza en la ejecución del danzón que me deleitaba igual que los adictos a ese cautivador ritmo; los rostros de los asistentes al teatro gozaban en ese mundo de alegría en el que llenos de júbilo aplaudían efusivamente la participación de los entusiastas bailadores. Nunca en mi juventud, no mucha, y en mi actitud a veces, remisa, había visto tanta dulzura, perfección y belleza en la ejecución de un baile. Con especial caballerosidad el varón colocaba su mano derecha en el talle encantador de la dama; esa mano a veces subía hasta el omoplato para poder conducir mejor los movimientos que los códigos dancísticos exigen; también era notorio cómo el caballero ofrecía a la dama, discretamente, el hombro derecho para que colocara su mano y así mejor lucir el ritual encantador que disfrutaba el público.

Bien recuerdo que después de esos agraciados momentos que viví en el recinto de las exhibiciones, fui invitado al baile de gala que tuvo lugar en un elegante salón, amenizando la gran fiesta tres afamadas danzoneras, dos de la Ciudad de México y una de Paso de Ovejas, Ver. El evento fue un torrente de alegría y regocijo; una maravillosa diversión que lamentablemente tuvo que terminar a las tres de la mañana. Durante la celebración de esa mágica fiesta pude observar con cuánto afecto y cariño se saludaban los integrantes de esa gran familia danzonera. Sonreían y se abrazaban con una gran cordialidad. El amigo que me invitó a tan magno festejo me presentó con sus amistades y con primorosas damas que me invitaban a bailar; yo con mucha pena les hacía saber que no sabía hacerlo. Una de ellas, gentil, amable, sonriente y bella dijo que me ensañaría. Me tomó del brazo, me llevó a la pista y después de explicarme cómo hacerlo y de unos minutos de escuchar un danzón me enseñó lo más elemental, el cuadro. Después de ese danzón terminó la actuación de la danzonera y regresamos a la mesa. Esa noche la pasé observando y admirando, ya con sana envidia, a las parejas que bailaban con garbo, distinción y donaire; por momentos platicaba con las amistades de mi amigo, quienes me aconsejaban que acudiera a alguna academia o taller de danzón; que me enamorara de ese cautivador ritmo, que esa actividad me ayudaría a tener una vida extraordinariamente feliz.

Al regresar a la Ciudad de México de inmediato me inscribí en la Casa de Cultura, Jesús Reyes Heroles de Coyoacán; ahí, en el grupo de principiantes aprendí lo básico del danzón, luego pasé con los intermedios y finalmente estuve en el grupo de los avanzados. Antes de iniciar los cursos me llené de entusiasmo y optimismo; durante mi aprendizaje yo mismo me animaba, ponía todo mi interés en cada una de las clases y, además, en casa practicaba los pasos que me parecían difíciles. Con mucha frecuencia escuchaba melodías de diferentes agrupaciones danzoneras. La idea era educar mi oído y saber distinguir los danzones nombrados irregulares de los regulares. Durante el período de aprendizaje siempre tuve en mi mente el consejo que me dio una amiga cuando estudiaba la licenciatura: “trata de brillar donde quiera que estés; brilla en todo lo que tengas que hacer”. Creo que fui un alumno aplicado en el baile, siempre asimilando las buenas recomendaciones señaladas por mi distinguido maestro. Pero en mi afán de saber más sobre el sublime ritmo acudía a los salones de baile para perder el miedo de no hacer bien la ejecución de tan elegante danzar.

Debo de admitir que el catalizador que me impulsó a enrolarme en esa actividad dancística fue el viaje hecho al Puerto de Veracruz, donde admiré, en el Encuentro Nacional del Danzón, a los más destacados bailadores del país. Fue ahí donde inicié mi romance eterno con el romántico danzón. Como becerro mimado me fusioné a la ubre del estribillo y la melodía; y como hiedra en la pared me adherí al montuno que siempre pone en actividad las hormonas de la dopamina para conducir a la felicidad y el placer de bailar. Todo esto me llevó a estructurar un nuevo estilo de vida y, dentro de ese, germinó en mí el apasionado deseo de convertirme en uno de los mejores danzoneros; y pensaba también, que en un futuro cercano y en una muestra nacional o en festival de alto nivel diera muestra de un glorioso y excepcional estilo de bailar; una peculiar manera de ejecutar el danzón que estuviera a un nivel muy superior al de los ya afamados campeones de ese ritmo. La gente del medio, la que acude con frecuencia a los salones de baile, empezaba a conocerme y no faltaba dama que me pidiera que bailara con ella a lo cual siempre accedí gustoso.

Debo admitir que la vanidad y el ego de vez en cuando tocaban las puertas de mi ser; siempre puse fuerte resistencia porque odio la soberbia y la fanfarronía, pero mi afán de convertirme en una luminaria danzonera no me daba tranquilidad porque era uno de mis sueños, así que para aprender más acudí con otros maestros también de respeto y brillante reputación sin omitir a los de la vieja guardia como son “Los Abuelos” Pedro Velásquez y María Elena Campos, Arturo Sánchez y su esposa Guillermina, Miguel Ängel Cisneros, Roberto Perales y Antonio Arellano de quienes recibí valiosas enseñanzas que transformaron positivamente mi imagen de bailador.

Mucho me esforcé para alcanzar mis objetivos. Sabía que tenía que luchar arduamente para lograr mis sueños. Me prometí no bailar durante dos años en ningún escenario de altura ni encuentro nacional hasta tener una preparación de calidad que cautivara los auditorios y a todo el público amante del danzón. Algunos maestros me sugerían y me invitaban a participar en algunas coreografías y en exhibiciones pero yo no aceptaba; algunas damas, compañeras de escuela, experimentadas ya en el sabroso baile me aceptaban como pareja para exhibición o muestra, pero me seguía reservando para un gran Encuentro Nacional de Danzón en la ciudad de Veracruz. Esos foros —en mi opinión— deberían ser sólo para estrellas o eminencias de ese elogiado ritmo.

Con ansiedad inquebrantable dejé transcurrir 24 meses; mi anhelo era participar en una excelente coreografía y en un colectivo de maestros, deseando, así como en la fiesta brava, que alguno de los ilustres maestros me diera la agraciada alternativa.

Unos seis meses antes del evento en que había programado mi participación, empecé a surtirme de ropa elegante, propia para el baile de salón: blazer claros y oscuros, camisas de vestir de varios colores, finas corbatas, zapatos negros de charol y otros de colores combinados; tres elegantes sombreros, uno panameño, de palma, y dos de fieltro, uno gris y otro negro; guayaberas de varias tonalidades, lociones de distintas fragancias, en fin estaba preparado para el evento del mes de mayo en Veracruz y otros más. Precavido y ansioso de un futuro venturoso, con frecuencia, en casa, ensayaba y memorizaba los pasos de baile que consideraba más elegantes y llamativos; también practiqué diversas entradas, atrayentes y lucidos remates. Estaba ya bien preparado para cumplir con mis anhelados sueños y brillar en cualquier escenario. Mi dominio y señorío en la conducción en el baile era de tal altura que, con gusto, una de mis guapas maestras, con alegría aceptó ser mi pareja en un baile coreográfico y en un colectivo de puros maestros. Sin bailar aún en las fechas planeadas agradezco la distinción de aceptar darme tan bella y codiciada alternativa. Sin exagerar me sentía con capacidad y talento para improvisar y hasta para ganar un campeonato; vislumbraba muy cerca el momento de que ante un público conocedor del baile viera en mí cómo afloraba el espíritu bailador de danzón que he llevado dentro de mí.

Pero ¡oh destino cruel!, sucedió lo inesperado, algo que trajo el incierto futuro. Pues al principio del mes de febrero de 2020 empezó a divulgarse la expansión de un malévolo virus que sembró miedo y enfermedad la población. En el país conocimos los primeros decesos que fueron creciendo al grado de rebasar los 120 mil; muchas empresas suspendieron labores y obligaron a los empleados a realizar trabajos en sus domicilios. Los comercios, gimnasios, jardines, escuelas, centros recreativos, iglesias, tianguis y mercados fueron controlados en un inicio de la pandemia pero después los cerraron definitivamente. Esto ocurrió también con los salones de baile; se cancelaron todos los encuentros danzoneros que con antelación se habían programado. Fue un duro golpe a mis pretensiones que se extendió también a los amantes del baile de salón, pues los deseos de saludar y abrazar físicamente a los integrantes de la familia danzonera, así como realizar el sueño por el que tanto había luchado, que era el de brillar intensamente entre las luminarias del danzón, eso quedó en puros deseos. Mis sueños, mis anhelos, la bella ilusión tantas noches acariciadas, fue imposible que se realizara por culpa de ese maldito covid-19 que nos obligó al encierro para evitar contagios. Los cientos de amigos danzoneros y amigas ya no pudieron bailar ni saludarse; si bien es cierto que se dieron clases, conferencia y charlas virtuales ya nada fue igual. De hecho murió la alegría. Yo, acostumbrado al éxito y al hábito de lograr siempre las metas propuestas me sentía frustrado, derrotado, arrastrado por un pesimismo que dio muerte a todas mis esperanzas; la desilusión me volvió frenético e imprudente. Desquiciado por esa exacerbada pasión por bailar en los tiempos imaginados me hundieron en la locura y la imprudencia irreflexiva. Así llegó la noche del 24 de diciembre; y después de cenar y tomar unos tragos de tequila me sentí más acongojado y afligido, la angustia y la decepción me atormentaban; la amargura nubló la capacidad de razonar y la ilusión acariciada por tanto tiempo ya me la había arrebatado la pandemia. Entré a mi recámara, desesperado quise poner en orden mis pensamientos pero fue inútil, la aberración y el desatino se apoderaron de mí; busqué mi pistola y al mismo tiempo pensé que sin objetivos, ilusiones y alegrías, la vida, ese tesoro amado, no tiene sentido vivirla. Así que hice lo que se debía hacer.

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