Por Alejandro Cornejo Mérida
Extracto del Boletín Danzón Club No. 121 (Noviembre, 2021)
Dile al danzón que es dulce, hermoso y encantador;
que te despierta un sentimiento de felicidad,
que lo persigues porque es tu majestad;
pero dile también, que te deje un pequeño espacio
para que puedas atender a quien te ama
porque igual que él, tu presencia divina la reclama.
Dile al estribillo que lo escuchas con atención
porque así te lo dicta el corazón;
pero, de igual modo, dile que él te apremia para bailar
iniciando así el ritual del danzar de la emoción,
y que sus notas y frases musicales indican
el momento bello en que debes iniciar.
Dile a la melodía que su dulzura
es perfección, ejemplo de belleza pura,
frenesí con esencias de romance,
fraguado con néctar de diáfano extravío
que inspira la creación de un romántico rondó,
de un amor divino, como el tuyo, que lo siento mío.
Dile al montuno que su ritmo alborozado,
coloso torbellino de pasión,
con su fuerza convierte mi corazón
en un ente volcánico y desquiciado
que a través de su semblante alegre,
contagia las almas con su maravillosa acción.
Dile a la trompeta de Silverio que su tañido
es de un fino canto que conmueve y enternece;
que su magia fomenta el amor risueño
invitando a transitar por el paradisíaco cielo
cristalizando así el endulzado anhelo
de viajar en el carruaje del ensueño.
Dile a los timbales de mi amigo Polo
que su loable y sonora percusión,
fuerte mensajes, llenos de alegría,
arropa de belleza la adorada sinfonía
y al ritmo centenario del danzón
lo convierte en delirante fantasía.
Diles a los encuentros de danzón
que sus coqueteos infalibles te dominan
y que su brillo nunca, nunca se opaca;
gustosa te verán en Monterrey, en Acapulco,
Guanajuato, Veracruz o en Oaxaca;
porque bailar es una religión que se goza
y te notarán danzando en Puebla, en Chiapas,
Tehuacán, igual que en Ciudad Mendoza.
Dile a tu danzón barroco
que sus recuerdos son tatuajes en el alma
que viven conmigo, me excitan y me tienen loco.
Amor, ternura y alegría, convertidas en amalgama.
Evocación de una liturgia de radiante fantasía
que enaltece tu espíritu de diva celestial;
porque al danzar lo real se vuelve alegoría
y tu belleza se convierte en manantial
que alimenta y da sabor a mi vida
porque como tú, danzonera mía, no habrá otra igual.
Quiero que con el ánimo que Dios te ha dado,
le digas a tu danzón de filigrana adornado
y elegante condición, que forma parte de tu ser,
que lo llevas en la sangre y en la piel
como emblema del aristocrático placer
emanado de un ritmo coronado con laurel.
Dile a tu danzón floreado que lo anhelas,
que su ritmo lo vives en alucinante pasión;
pero dile, incluso, que mi amor vale mucho;
porque no nació de la vista, nació del corazón;
y que de frente, bailando contigo y clavado en tu mirar,
abrevo tu ternura y tus encantos que me he ganado
con respeto y un cariño que es tan grande como el mar.
Dile al danzón que es dulce, hermoso y encantador;
que te despierta un sentimiento de felicidad,
que lo persigues porque es tu majestad;
pero dile también, que te deje un pequeño espacio
para que puedas atender a quien te ama
porque igual que él, tu presencia divina la reclama.
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