HÁBITOS QUE DAÑAN LA IMAGEN DEL DANZÓN
Por Alejandro Cornejo Mérida
Extracto del Boletín Danzón Club No. 44, Octubre, 2013
Inmersa en el Cosmos del encanto y la
perfección, encontramos destellando fascinantes luces, la actividad dancística
que es una de las expresiones más altas y puras de la belleza; en ella vemos
cómo armonizan la música y los movimientos corporales de los bailarines. Esta
divina seducción muchas veces la notamos opacada por los malos hábitos de
quienes ejecutan un baile, rutina o coreografía.
Existen muchos hábitos negativos
(fumar, tomar aperitivos, sonar la boca al comer, etc.) que son mal vistos e
inaceptables por las personas que se inclinan por lo artístico y se preocupan
por tener una presencia que agrade los sentidos de quienes las observan. Los
malos hábitos no se heredan, son adquiridos en el medio en que nos
desenvolvemos, como son: la casa, el taller, la oficina, la escuela o
convivencia con los amigos.
En la práctica del baile fino como lo
es el Danzón, también observamos hábitos que dañan y le restan belleza a la
ejecución de este ritmo elegante. Antes de comentar esa mala práctica que
algunas personas, después de razonarlas habrán de agradecer, quiero señalar un
hecho que está muy relacionado con lo que explicamos y, a la vez, me permite
hacer referencia a un uno de los pasajes más hermosos para transitar a pie,
como lo es la calle Madero ubicada en el corazón de la ciudad de México.
Caminar por este lugar es bellamente recreativo, pues encontramos una forma
placentera de invertir el tiempo. Disfrutas viendo aparadores de tiendas de
ropa tanto de damas como de caballeros, magos, danzantes, músicos, estatuas
vivientes, personas disfrazadas de personajes cómicos, héroes de películas y
revistas de cómic como Superman, Batman, Robin, Hombre araña, Máscara verde,
Capitán América, Pirata del Caribe, etc. Además, encontramos una enorme
variedad de restaurantes donde podemos disfrutar de suculentos y variados
platillos. Todo es bello y delicioso en esa calle, pero “nunca falta el negrito
en el arroz”; lo triste y desabrido del ambiente es ver que el piso del
atractivo andador, que originalmente era amarillo mostaza, y por el que
transitan diariamente miles y miles de personas, ahora se encuentra
transformado con un aspecto altamente desagradable, por los abundantes e
incontables lunares negros que existen en el pavimento, ocasionados por los
chicles que son tirados inconscientemente en el lugar, hecho que lo denigran y
le restan belleza.
Sin temor a equivocarnos, podemos
afirmar que en la ciudad no existe una sola banqueta que no sea mudo testigo del mal hábito de
masticar chicle y después, sin la mínima consideración es arrojado al piso. Y
como si eso fuero poco, la goma de mascar aún da más de que comentar: muy cerca
de una base de microbuses, existe un árbol en el que las personas que por ahí
transitan, van pegando sus chicles de diversos colores, y lo hacen de tal
manera, que el pobre árbol no sólo da mal aspecto sino que da náuseas al verlo
cubierto de tanta inmundicia.
Nunca imaginé que mascar chicle,
además de proyectar mala imagen de la persona que lo hace, tuviera serias
consecuencias como lo es la descalificación en algunos espacios dedicados a la
actividad danzonera. En efecto, he logrado información de que en un concurso de
Danzón, una pareja que bailaba magistralmente, con gracia, simpatía y
precisión, fue descalificada porque el caballero danzoneaba con el saco
desabotonado y la dama masticaba chicle sin recato y de manera indiscreta.
La palabra chicle proviene del vocablo
náhuatl tzictli y se refiere a una goma de masticar que desde tiempos remotos,
antes de que llegara a tierras de Tenochtitlán, el sanguinario y perverso
Hernán Cortés, usaban los antiguos mexicanos y, que sin pretenderlo, lo
aportaron al mundo como algo muy mexicano; ahora, industrializado, se ha
extendido por toda la tierra. Su enorme fama sólo es comparada con el Tzilli,
que era el nombre con que originalmente los naturales, de lo que ahora es
México, daban al alimento que todos conocemos como chile.
La costumbre de mascar chicle
consideradas buenas para unos y muy desagradable para otros, es un hábito de
muchos años arraigado en algunas personas y permanecido en nuestra cultura a
pesar de ser repelido por muchos al ser considerada prácticas de mal gusto; y
es así como vemos en: oficinas, talleres, centros comerciales, escuelas,
transporte público, en la práctica de algunos deportes y hasta en las iglesias, que la gente de todas
las edades tiene la costumbre de exhibirse masticando el famoso chicle.
No es necesario ser experto en
proyección de imagen personal ni conocedor de los manuales de urbanidad para
entender que el masticar chicle es mal visto por las personas de actitudes y
gustos refinados. Imaginemos, todos los que gustamos del Danzón, danzando en un
baile de gala, en un distinguido y suntuoso
salón, luciendo finos smokings y nuestras damas bellas y hermosas por
naturaleza luciendo sus vestidos de noche, deslizándonos, acariciando el piso
con los zapatos al compás de las celestiales notas del bello Danzón ”Serenata
de Shubert”, pero todos, sin reserva e imprudentemente masticando chicle;
creemos que con esa actitud presentaríamos un cuadro verdaderamente
desagradable; eso, sería algo así como ponerle sal, limón y salsa picante a un
panqué igual que al sabroso y espumoso chocolate caliente. Pero la antiestética
actitud no solo se apreciaría por estar en un suntuosos salón o por los
atuendos elegantes de los bailadores, la desagradable presentación sería sin
duda por la actitud de consumir la goma mascar, que en cualquier lugar, sea la
calle, plaza pública, vecindad o un
sencillo salón de baile resta presencia,
finura y elegancia en cualquier lugar que estemos. A los bailadores
profesionales que se exhiben en los teatros y en lugares de buen nivel, nunca
los vemos masticar chicles. Tampoco los
hombres públicos y mujeres encumbradas en la política o en alguna profesión se
ocupan de usar esa goma de mascar que muchos la aceptan de buena manera.
Cuando se toca el tema del chicle hay
quienes hablan virtudes de él, y es así
como escuchamos decir que quita el hambre, calma la ansiedad, controla
la tensión, reduce las ganas de fumar, que tiene una acción limpiadora de la
dentadura, etc. Otros opinan que masticarlo puede causar severas caries, aparición de úlceras estomacales,
desgaste del esmalte de los dientes, provocar gases y acidez, así como
irritación intestinal. Todo esto que se dice puede ser cierto pero ese no es el
tema a tratar. Lo que deseamos analizar, desde el punto de vista estético, es
saber cómo nos vemos masticando chicle.
Para proyectar una buena imagen en el
baile, trabajo o en la calle, no sólo basta usar ropa que esté acorde con
nuestra persona y combinarla adecuadamente, sino que los atuendos deben ser
apropiados al lugar donde realizaremos nuestra actividad, cuidando ciertos
detalles como la pulcritud y evitando mostrar hábitos que los expertos en
imagen sugieren debemos suprimir. .
Los errores más comunes que cometemos
al bailar Danzón, suelen ser el no cerrar bien en los pasos tres, seis, nueve y
once; levantar los pies en vez de deslizarlos acariciando el piso, no sonreír,
no mirar el rostro de la pareja y no rematar con precisión. Estas fallas a
veces pasan desapercibidas para el público, pero lo que nunca puede ocultarse
para nadie es la molesta y fastidiosa manía de masticar chicle, hábito que en
mucho daña la imagen del Danzón.
La diosa de la danza, Terpsícore, ¿qué
nos diría si nos viera masticar chicle? Seguramente reprobaría esta actitud
pero además nos aconsejaría que en vez de adorar a la goma de mascar que en
mucho contribuye a que proyectemos una imagen atroz y repulsiva, mejor
reverenciáramos y exaltáramos la bien
amada figura de su Majestad el Danzón, que mucho nos ayudaría a mejorar nuestra
imagen.
Y la seductora Afrodita, diosa de la
belleza y del amor, siempre deseosa de inculcar
en los humanos la idea de lo sublime, de la grato y lo hermoso, nunca
aceptaría ni asociaría el acto de mascar chicle con la belleza, porque esa
actitud rompe la distinguida armonía y tuerce el camino que podría llevarnos a
la perfección y consecuentemente a lo notable y al deleite.
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