ANÉCDOTAS DANZONERAS
Por Alejandro Cornejo Mérida
Extracto del Boletín Danzón Club No. 41 - Julio, 2013
Desde la fecha en que oficialmente se dio a conocer el primer danzón creado por el maestro Miguel Faílde, la belleza acústica, el ritmo, la cadencia y su embrujo se esparció divinamente por diversos lugares, especialmente en el Sureste de nuestro país y en la Ciudad de México. Más impactante que la bella fragancia que despide el árbol de “Huele de noche”, así se difundió el hermoso, celestial, cautivador, paradisíaco y dulce “aroma” que tiene el danzón. No cabe la menor duda de que este hechicero y fascinante ritmo envicia, domina y doblega, no lo podemos negar. El orgullo, la dignidad y el amor propio se doblegan poniéndose de rodillas ante la magnificencia de la sublime y maravillosa presencia de su Majestad el Danzón.
El señorío esplendoroso de su compás y cadencia hacen que se establezcan reglas donde quiera que se escuchen sus bellas notas. La disciplina no sólo debe imperar en su ejecución si no también en el lugar donde se baila, por eso en muchos salones y talleres de danzón, existen para bien de todos, conjuntos de normas que se deben cumplir para mantener el orden y las buenas relaciones entre la comunidad danzonera.
Por el supremo dominio que sobre nosotros tiene este ritmo, me atrevo a comentar un especial suceso que el respetable señor Don Simón Jara Gámez narra en la página 86 de su muy apreciado y valioso libro “De Cuba con amor… el danzón en México”. En esta obra, que cuenta con la coautoría de los señores Aurelio Rodríguez Yeyo y Antonio Zedillo Castillo, se explica que en cierta ocasión, en el Salón Colonia que se ubicaba en las calles de Manuel M. Flores 33, Colonia Obrera en la Ciudad de México, no se precisa en qué década, “unas damas mostraron mal comportamiento con las encargadas del guardarropa, insultándolas y lanzándoles improperios – hecho que se comentó mucho por la relación familiar que existía entre todo el personal--; por lo pronto, las primas se quejaron con el tío Emilio Jara.” El relato explica que en el siguiente baile, a las damas de conductas inapropiadas, se les negó la entrada al tiempo que se les hizo saber la causa. Ellas negaron los hechos, pero al carearlas con las víctimas de los improperios, encargadas del guardarropa, no tuvieron otra opción que las de pedir disculpas al gerente de la empresa, pero como éste se mostró rígido y firme en la facultad que le asistía de hacer valer el de derecho de admisión, determinando las condiciones de acceso y permanencia en centro recreativo, las insolentes mujeres, dominadas por la pasión del ritmo cautivador del que no deseaban dejar de disfrutarlo en ese atractivo lugar, se despojaron de la soberbia, el orgullo, la pena y con un gesto de humildad reconocieron sus faltas, y ante la mirada incrédula de varios amantes del paradisíaco ritmo que se encontraban en la entrada, se hincaron ante el administrador para pedir perdón, prometiendo que sus conductas descorteses e inapropiadas no se volverían a repetir jamás. Con sus caras llenas de angustias y con el arrepentimiento reflejado en sus rostros, como nunca, suplicaban el agraciado perdón que les permitiría el acceso a las pistas donde volverían a disfrutar el acaramelado vaivén de las melodías y el contagioso y alborozado montuno que forman parte de la estructura del Danzón.
Estos hechos que se narran dan una clara muestra de la fuerza y el dominio que el siempre majestuoso ritmo tiene sobre nosotros, sus adoradores. Su vehemencia, su cadencioso movimiento infunde y despierta pasiones tórridas y penetrantes de las que no podemos despojarnos; su práctica nos conduce a los etéreos confines mágicos donde todo es frenesí y delirio divino.
La lección que recibieron las ofensivas y altaneras mujeres motivadoras de esta narración, nos hace pensar que una sola melodía de Danzón, cualquiera que sea éste, vale más que mil disculpas y mil perdones que tengamos que pedir, en las condiciones que sean; no es presuntuosa ni frívola la persona que con orgullo, y en voz alta, diga convencida:”todo puedo tolerar, menos que se ultraje y se injurie a lo que me da vida, salud y placer como lo es el Danzón.”
En el cosmos danzonero y en el corazón de cada uno de los idólatras y simpatizantes de esta grandeza y augusta creación, aceptamos y justificamos lo expresado en el título de la melodía interpretada bellamente por el egregio maestro Amador Pérez Torres, “Dimas”: “MI VIDA POR UN DANZÓN”.
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