DANZÓN DOMINANTE
Por Alejandro Cornejo Mérida
Extracto del Boletín Danzón Club No. 50, Marzo, 2014
El apego al danzón, la dependencia que se tiene de él, la subordinación, sujeción, sumisión o vínculo es una adicción tan fuerte que resulta altamente difícil poderse liberar. Es algo así como estar en el laberinto de la toxicomanía de la cual es complicado intentar escabullirse.
De acuerdo con el diccionario enciclopédico Larousse, la toxicomanía es “Tendencia patológica a ingerir sustancias tóxicas que engendran un estado de dependencia síquica o física.” Al respecto, no conozco otro concepto mejor que el mencionado; pero usted amable lector habrá de pensar que ese paradigma no establece ninguna relación con el danzón; pues bien, lo que pretendo es señalar que sí existe un parangón entre una y otra cosa; lo cierto es que, aparentemente, en la ejecución del danzón, por parte de los músicos como de los bailadores no le encuentren concordancia con las toxinas, consideradas éstas como ”sustancia tóxica, de naturaleza proteica, elaborada por organismo vivo (bacteria, seta venenosa, insecto o serpiente venenosa), que tiene poder patógeno para el hombre o los animales infectados”, todo esto, según el diccionario antes mencionado; pero después de una reflexión sobre el tema, encuentro que si las toxinas “engendran un estado de dependencia síquica o física”, con el danzón ocurre algo similar; ingerimos constantemente altas dosis de sabrosura danzonera que nos llegamos a apasionar profundamente por ese ritmo cuyas notas son como toxinas alucinógenas que nos conduce al éxtasis y a la armonía de nuestros movimientos dancísticos con la música; obsesión en la que todo nuestro ser fija la atención en ese seductor baile fino; las porciones a veces son tan elevadas que nos hace perder la brújula que nos indica el rumbo que debemos seguir en nuestras vidas, o simplemente omitimos hacer, o hacemos lo que no es conveniente para nuestra economía o nuestra salud.
En relación a lo anterior, recuerdo bien el caso de un conocido mío llamado Alejandro, persona joven, asiduo visitante de un nombrado salón de baile; moreno, alto, no mayor 30 años, de buen vestir y excelente bailador del prestigiado ritmo. Muchas veces he tenido la suerte de admirarlo ejecutando atractivos pasos, tanto en los salones de baile como en plazas públicas. Pues bien, el seguidor de su Majestad el Danzón, en una ocasión lo vi participar en un baile colectivo en un hermoso teatro de la ciudad de Monterrey. Era un Encuentro Nacional de Danzón y en mi deseo de hacer amistad con él, cuando tuve oportunidad, me le acerqué y después de felicitarlo por su participación, le pregunté si había viajado en autobús con alguno de los grupos que acudieron a ese festival. Mi sorpresa fue grande cuando me comentó que de la Ciudad de México a Monterrey viajó solo en su auto; que llegó media hora antes de que iniciara su participación en el colectivo, pero que eso no era todo, que en ese momento iniciaría su regreso manejando su carro porque al día siguiente tenía que participar en una rutina en la Delegación Iztapalapa del Distrito Federal. Dijo que su asistencia al los eventos se debía a que era víctima de una enorme la pasión que sentía por el danzón. Que bailar ese ritmo en un escenario era algo que no podía dejar de hacerlo; omitirlo, aseveró, sería un hecho imprudente e irresponsable que nunca se lo iba a perdonar.
Otro caso de marcada dependencia de la persona hacía el exquisito y glorioso danzón, es el de mi amiga Erandi García Ruiz, licenciada en letras clásicas y conocida en el mundo danzonero por dos razones de peso: una, excelente dama que domina un gigantesco número de pasos, además de su gracia y cadencia en la ejecución del mimado y paradisíaco ritmo, género musical que le ha permitido estar en diversos escenarios. Otra razón, es que ha trabajado ─y ganado valiosa experiencia─ durante varios años como corrector de estilo o mejor dicho corrector de texto.
Esta atractiva dama del danzón me comentó que un día lunes tuvo que ir a arreglar un asunto de trabajo a la ciudad de Puebla. Debido a que se transportaría en autobús, decidió viajar con ropa informal (pantalón vaquero, tenis, playera y chamarra). Pensaba regresar a su casa entre las tres o cuatro de la tarde, pero las circunstancias no se lo permitieron. Después de atender su asunto laboral, regresó a la Ciudad de México como a las cinco de la tarde, pero no olvidaba que en su agenda mental tenía registrada, a ese misma hora, su cita al salón de baile, donde tocaría una de sus danzoneras favoritas:la incomparable y siempre alegre “La danzonera joven de México del Chamaco Aguilar”. Ella, ─comentó muy seriamente─ no podía dejar de faltar a ese importante evento que se repite cada semana, hacerlo era como irse a su recámara sin cenar, o algo peor dejar de tomar un medicamento indispensable para el funcionamiento rítmico de su joven, radiante y bullicioso corazón.
Casi eran la seis de la tarde, el baile estaba ya en todo su esplendor y ella se encontraba cerca de la puerta de acceso al salón pero no se atrevía a entrar con los atuendos que portaba, pues siempre consideró que el danzón es un baile fino y por lo tanto se debe bailar por lo menos de vestido y con zapatillas. El abanico, que es parte de la indumentaria, por una ocasión podía, prescindir de él. No respetar estas reglas básicas, era un sacrilegio en contra de lo que tanto amaba, el danzón. Así que sin meditarlo, se encaminó a las tiendas de vestidos que existen en la famosa Calzada de Talpan muy próximas al mercado de Portales y adquirió uno que por fortuna le quedó exactamente a la medida; luego fue a la zapatería y compro unas zapatillas que muy bien armonizaban con la prenda recién comprada.
Así fue como Erandi, en esa tarde, se transformó en una atractiva danzonera; entró al salón y pudo disfrutar una hermosa noche de baile y de un maravilloso enjambre de preciosos danzones interpretados por su danzonera predilecta: “La Danzonera joven de México del Chamaco Aguilar”.
Finalmente deseo mencionar el caso Flora, danzonera de toda su vida ferviente admiradora de la “Danzonera SierraMadre” de la ciudad de Monterrey. Sólo en una ocasión se ausentó de la práctica del baile elegante debido a la ruptura de la relación amorosa que había tenido por más de una década con una persona que, a decir de ella, lo amó con tal intensidad que para no enfrentar el doloroso duelo y recuerdo de él, tuvo que dejar de asistir a los lugares que frecuentaba con esa persona, a quien evocaba por el maravilloso amor que se dieron recíprocamente. Ella lo confiesa, la dependencia que sufría provenía del danzón, era algo así como un éxtasis provocado por algún vegetal, una divina ensoñación, un arrobo o rapto que la mantenía atrapada y no la dejaba ser como persona; sentía extremadamente limitaba su autonomía debido a un horroroso apego que si bien le permitía agradables momentos, también le provocaba serios problemas en su vida; esos dos amores que la dominaban eran: la persona de la que estuvo perdidamente enamorada y el dulcísimo danzón.
En relación a su apego al baile elegante, reveló con algo de pena, que una vez su médico, a quién tenía profunda confianza, le manifestó que su enfermedad había avanzado considerablemente y que para cortar ese mal de raíz, tenía que someterla a una cirugía.
Se hicieron los preparativos, y un día le comunicaron que la operarían un miércoles; que el lunes y martes previos a la fecha de la cirugía, tenía que utilizarlos para relajarse, estar serena, reposada y lo más tranquila posible. Víctima también de la danzomanía que la sometía a una indomable dependencia, no pudo respetar las indicaciones del galeno admirador de Avicena; y con la mayor irresponsabilidad ─ así lo manifiesta ─ se fue a bailar el lunes, primero a un salón de baile y luego a un centro nocturno; el martes, hizo algo parecido, bailó danzón en un salón de la colonia Guerrero y luego se fue a un bar, donde disfrutó una variedad y escuchó música hasta la madrugada del día siguiente.
Al quirófano llegó desvelada y sin comentar nada de lo que había hecho, se puso en manos del anestesiólogo y después en las del cirujano. Todo el trabajo médico fue magnífico, la cirugía fue un éxito. Ella recobró la tranquilidad y ha vivido muchos años llena de felicidad, aunque reconoce que su desamor la hizo vivir noches de insomnio, de angustias y desdichas; pero aprendió superar esas situaciones adversas de la vida. Ahora que todo le sonríe, en sus tímidas y esporádicas reflexiones que hace sobre el género musical que en sus garras aún la mantiene atrapada, reconoce que nunca podrá aliviarse de esa pasión irrefrenable que la domina y que es provocada por el danzón; la emoción por bailarlo la ha llevado al vicio de despertarle un morboso deseo de todo lo que tiene aroma de danzón; éste, le motiva un apetito insaciable de ejecutarlo y, al hacerlo, ese acto de ingestión le produce una satisfacción grande e incomparable.
Estos hechos que se narran son sólo un pequeño ejemplo de los miles y miles de casos que ocurren en los grandes espacios del danzón; lo peor de todo este vicio es que hasta ahora no se conoce ningún antídoto realmente efectivo. Sin embargo, sugiero no alarmarse demasiado por la acechanza del “virus” del danzón que en cualquier momento puede apoderarse psíquica y físicamente de nosotros, pues si llegáramos enfermarnos, puedo asegurar que ese padecimiento siempre será una experiencia ciento por ciento placentera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario