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Su amigo, Ing. Javier Rivera (Danzonero X), les da una cordial bienvenida a este nuevo espacio alternativo donde pondré el historial de documentos, textos y materiales relacionados con el danzón y sus circunstancias. Cualquier aportación será bien recibida.

lunes, 5 de abril de 2021

ANÉCDOTAS DANZONERAS (II) LA ZAPATILLA ROJA

 ANÉCDOTAS DANZONERAS (II)     LA ZAPATILLA ROJA

Por Alejandro Cornejo Mérida

Extracto del Boletín Danzón Club No. 42 - Julio, 2013

 Aunque ya han pasado varios años, la anécdota que me platicó Ernesto mi entrañable amigo, la recuerdo como si me la hubiera narrado ayer. Según me comentó, todo fue motivado por el agraciado y sonsacador Danzón; la pequeña historia comenzó un sábado por la noche en que se fue a divertir a un conocido salón de baile de esta bella Ciudad de México. Ese sábado,  previo al inicio de una Semana Santa, él y su esposa habían planeado irse de vacaciones a las playas de Acapulco.

      Desde muy joven, Ernesto fue más que un fanático, un vicioso del baile, en especial del cautivador Danzón. Inventando mentiras, para lo cual era muy hábil, con frecuencia se escabullía del trabajo y de su hogar para poder asistir a los salones de baile y disfrutar la actividad que más le apasionaba, la de bailar Danzón. Su esposa que también era amante del baile, había dejado esa diversión por que así lo exigían las labores domésticas y el cuidado de dos hijos que tenían. Esta situación la mantenía arrepentida de haberse casado pues ya no podía divertirse como lo hacía antes del matrimonio. Desconfiada y víctimas de los celos, cuando se enteraba de que Ernesto acudía a los salones de diversión dancística, le reclamaba ese proceder y reñían acaloradamente; amenazaba con demandar el divorcio si continuaba con ese vicio del danzón; por esa causa él se evadía clandestinamente para satisfacer su anhelo de danzonear, platicar y divertirse con las amistades de esa comunidad.

       En ese sábado mencionado, después de bailar con sus amigas, aceptó la invitación de otro amigo para irse con dos de ellas a otra fiesta que se efectuaba en una casa particular; allí, cenaron bebieron y bailaron Danzón hasta el cansancio. Al terminar la diversión, se sentía alcoholizado, por eso le pidió a su amigo que condujera el auto y  se pasó al asiento posterior junto con una de sus amigas, la otra chica ocupó un asiento de adelante y con el conductor iniciaron una amena charla.

       Eran como las dos de la madrugada cuando salieron del fiestón. Habían acordado que primero dejarían a las chicas en sus respectivos domicilios, luego al amigo y finalmente Ernesto conduciría el auto hasta su casa para descansar un rato y luego iniciar su viaje al paradisíaco Acapulco en unión de su familia. Durante el trayecto y debido al calor de las bebidas ingeridas, se le despertó la lujuria, se le acercó a la amiga y empezaron acariciarse encendiéndose las pasiones y el deseo de hacer el amor en el asiento trasero del auto. Recordaba muy bien que en la etapa  previa  al acto de la fornicación, quitó a la dama las zapatillas y otras prendas íntimas. En ambos se encendieron las candelas de las incontrolables pasiones y lo que tenía que pasar pasó antes de que la guapa muchacha llegara a su domicilio. Ella, al  descender del auto, de una bolsa de plástico negra substrajo unos zapatos de piso y diligentemente guardó sus zapatillas en la misma bolsa. Como lo habían planeado, cada uno llegó satisfecho y alegre a sus respectivos hogares. Sólo Ernesto, como era de esperarse, fue recibido con una cadena de reproches y reclamos de los que no hizo caso, pues lo que deseaba era descansar y dormir la “mona”. Al día siguiente, retrasado en la salida, pero ya medio descansado, inició su viaje hacia la playa acompañado de su esposa, suegra y  dos hijos que todavía eran unos niños. Después de pasar la ciudad de Cuernavaca, notó que su esposa empezó a dormitar, cosa que a le enfadaba bastante pues consideraba  que el sueño del copiloto fácilmente contagia al conductor, quien en este caso ya andaba algo desvelado. Se detuvo en la primera gasolinera que encontró en la autopista y pidió a su esposa que se pasara al asiento de atrás para que durmiera mejor sin que él se molestara. De esta forma, la suegra pasó a ocupar el asiento del copiloto y ya más tranquilo continuó el viaje al Puerto turístico más visitado del país. Encendió el estéreo, colocó un disco compacto y empezó a escuchar los bellos danzones que interpreta la muy aplaudida “Danzonera  La playa” que era una de sus favoritas.

       El viaje se desarrollaba con toda normalidad pero luego de haber pasado la ciudad de Chilpancingo, cuando ya se aproximaban a las playas escogidas para vacacionar, sintió que algo estorbaba en el piso del auto, justo en el espacio donde se apoya el pie izquierdo, el que movía con la intensión de poder apreciar el objeto que le ocasionaba molestias; no comentó nada con la suegra, persona con la que de vez en cuando conversaba. Por el espejo retrovisor pudo percatarse que su esposa aún dormía en el asiento de atrás; disminuyo la velocidad y cuando notó que su suegra se distraía contemplando el paisaje de su lado derecho, bajó la mano para recoger el objeto que le molestaba y ¡oh! sorpresa era una zapatilla roja. Su corazón empezó a latir aceleradamente, era una prueba fehaciente de su infidelidad y de sus diabólicas tropelías. Inmediatamente pensó que era de la chica, su amiga, con la que había fornicado en el auto, además de divertirse bailando y tomando en la noche anterior. Bajó la ventanilla, y cuando notó que la mamá de su esposa aún estaba distraída, embelesada observando la campiña,  lanzó con fuerza la zapatilla a la orilla de la carretera. Al poco rato llegaron a su destino. En el estacionamiento del hotel empezaron a bajar sus maletas con la ayudad de un mozo. Cuando Ernesto se encaminaba a la entrada del hotel, observó que su esposa algo buscaba en el interior del auto, principalmente debajo de los asientos; regresó con ella, y le preguntó:” ¡Qué tanto buscas?” Y ella contestó: “Busco mi zapatilla roja, me la quité para descansar mejor pero no la encuentro.” El frunció el rostro y callado comprendió que la felonía que había cometido era otro grande error de su vida, y en ese instante no tenía ni una pequeña idea de cómo iba a enmendar su deslealtad, conducta contraria a la moral y a las buenas costumbres.

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