Por Alejandro Cornejo Mérida
Extracto del Boletín Danzón Club No. 171 (Mayo, 2024)
Hay circunstancias que, cuando menos las esperamos, se presentan en el camino de la vida; son hechos y acontecimientos que no podemos evitar; algunos son placenteros, generosos y los recibimos como una bendición del cielo; otros, vomitados por el averno, son amargos como el ajenjo, intolerables, tormentosos y deplorables; borrascosos y lastimosos que llegan a nuestra conciencia y nos hace infelices en todo momento; laceran y nos lastiman como una piedrecilla en el zapato.
Algo parecido a esto ha estado sufriendo Jorge, el abogado de los pobres, mote que le gusta, y le agrada que así le nombren.
La verdad, él ha comentado, que le avergüenza y le ruboriza que se conozca un hecho que le atormenta cuando lo recuerda. “No soy mojigato ni conservador en mí actuar”, lo confiesa y como algunos miembros de nuestra sociedad corrupta y perversa, también accede, de vez en cuando, a ponerse la careta de persona honorable, digna, íntegra y respetable.
Pero qué fue lo que le sucedió preguntarán ustedes, pues bien, lo que ocurrió y que le ha provocado un serio e infernal conflicto entre su yo físico y su yo interno, fue que un día de primavera, acudió a un café acompañado de una dama que conoció hace muchos años cuando era estudiante de la preparatoria.
Ella, de nombres Gloria, estudió medicina y el recuerdo de excelentes y afectuosos amigos, lo mantuvieron vivo en sus mentes y en el tiempo que todo destruye. Hizo contacto con la doctora gracias a un amigo que le proporcionó su número telefónico. Le llamó y convinieron en tomar un café para charlar un rato recordando los alejados años preparatorianos.
Al llegara al lugar de la cita y, al verse, a ambos se les inundó el corazón de alegría; se abrazamos y se besaron en la mejilla. Se sentaron en una banca del parque; allí, ella comentó que había terminado su carrera de médico y que era feliz ejerciendo su profesión. Después de una larga charla en que los dos platicaron y se contaron gran parte de sus vidas, decidieron ir a tomar café en un bonito restaurante que les quedaba cerca del lugar en que se encontraban.
Ella, animosa y cordial lo tomó del brazo y así llegaron a la cafetería; cualquiera, al verlos, habría pensado que era un matrimonio o que se trataba de una pareja de novios. Se sentaron a la mesa y disfrutaron de un rico pastel de limón y café americano. La amabilidad, la actitud cariñosa y tierna siempre estuviesron de parte de ella quien al notar que en la mejilla de él había quedado la huella del labial producto del tierno beso obsequiado, procedió con su suave y sedosa mano a limpiarlo con una servilleta.
Mientras lo hacía con la mano derecha, con la izquierda detenía la otra mejilla para que su rostro permaneciera firme. Esto ocurría cuando al lugar entró un matrimonio tomado de la mano, se trataba de una pareja de cierta madurez cuya edad rayaba entre los cuarenta y cinco y cincuenta años. Éstos tomaron lugar en una mesa cercana a la que habían ocupado Jorge y Gloria que continuaban en una agradable charla.
La doctora notó que la pareja que acababa de entrar, principalmente la dama, la miraba con especial insistencia; el supuesto esposo también fijaba la mirada en ellos, pero con mayor discreción. Lo acontecido en ese momento fue tan notorio que la amiga de Jorge al sentir el peso de la mirada, comprendió que algo extraño estaba ocurriendo pues la observación que de ellos hacía la mujer, hacía suponer que conocía algunos de los dos. Esa contemplación tan marcada motivó que Gloria, en voz baja dijera a Jorge:
─ No sé por qué esa señora me mira con insistencia, nos ve como si nos conociera. Jorge, prudentemente volteó a verlos, pero no le dio importancia a ese hecho, pues estaba más interesado en la charla que sostenía con su amiga de la adolescencia.
Terminaron el café y el pastelillo; ella, cariñosa le acariciaba la mano, se le acercaba, lo miraba con ternura y sus labios excitantes y carnosos expresaban el deseo de estar cerca del rostro del joven abogado.
Éste, dominado por las caricias provocativas de la dama, empezó a segregar testosterona en sus órganos Página 6 de 10 dando lugar a que perdiera el control de sus emociones y consistió en que sus rostros se juntaran y casi sin pensarlo se dieron dulces y tiernos besos.
Los instantes del romance se extendieron; el aroma del café orgánico de Chiapas los envolvió en un manto invisible que les provocó placenteros suspiros que no olvidaran con facilidad. Seguro que ambos albergaban el deseo de que las horas no se deslizaran con tenacidad, pero no fue posible porque el tiempo no se puede detener.
Los dos disfrutaron el encuentro, la charla y las superficiales caricias que se dieron. Mas, llegó el momento de despedirse; él la acompañó hasta su auto y luego abordó el suyo. Ya camino a su casa, Jorge detuvo su vehículo por un instante para revisar su mejilla, pues tenía el temor de que aún persistieran algunas huellas de los excitantes besos dados por Gloria.
Su preocupación no era infundada pues tenía una esposa exageradamente celosa y con un sexto sentido que casi adivinaba todo lo que él hacía. Recordaba las recientes caricias de su amiga cuando en su mente aparecieron los rostros de las personas que en el café los observaban con insistencia. Después de una seria reflexión en los que revisó los archivos mentales, encontró que la señora le parecía conocida pero no la ubicaba dónde la había visto. Así que llegó a su casa asumiendo un comportamiento normal.
Al día siguiente, cuando el Sol empezaba a mostrar su rostro en el horizonte, en la calle del inquieto abogado pasó el camión recolector de basura, decidió tirarla él porque su esposa preparaba el desayuno. Y ahí donde se juntan los vecinos para vaciar sus botes con desperdicios y deshechos, vio que en la fila estaba la señora que los había observado con insistencia en el café. Apenado por saberse descubierto, en actitud que enfilaba hacia un desastroso adulterio, no quiso verla de frente y tan pronto como se deshizo de sus desperdicios se introdujo a su casa.
Todo ese día y los siguientes fueron de mucha intranquilidad; su preocupación era que la vecina, con pocos meses de haber llegado a vivir en la misma calle, le contara a su esposa que lo había visto en el café con otra mujer. Eso le angustiado en exceso. Así pasaron las semanas y los meses. Para fortuna de él, su esposa y la vecina no tenían amistad, si acaso cruzaban palabras sólo para saludarse. Después de aproximadamente cinco o seis meses de lo ocurrido en el café, Jorge aún vivía atemorizado y con la angustia de que la vecina pudiera delatarlo en cualquier momento. Pero llegó un día, en que Jorge para satisfacer su vicio de danzonero, acudió a un salón de baile.
Disfrutaba el placer que inyecta el sabrosísimo danzón, y, cuando estaba en el centro de la pista bailando con una de esas damas que son asiduas visitantes de esos centros de diversión, vio que muy cerca de él se encontraba haciendo lo mismo, muy pegada, cuerpo con cuerpo, mejilla con mejilla, su vecina, persona que tenía conocimiento de que él no le era leal a su esposa. Ahora ella se encontraba en igual situación, pues el hombre con quien bailaba seductoramente, se presumía, no era precisamente su esposo.
Danzando prudentemente se acercó a ella con la intención de que lo viera, y, efectivamente llegó el instante en que sus miradas se cruzaron. Ella quedó sorprendida y le nació la preocupación porque igual que él, también andaba en la clandestinidad. Turbada y preocupada al sentirse descubierta, trató de saludarlo con una leve sonrisa que él supo corresponder de igual manera.
Dos días después, cuando por la mañana pasó el camión recolector de basura, Jorge salió con sus botes de desperdicios para tirarlos; lo mismo hizo la vecina y su esposo; ella, que siempre se había mostrado indiferente con sus vecinos, ahora a Jorge lo saludó con amabilidad y con una agradable sonrisa.
Cuando “El abogado de los pobres” regresó a su casa, se detuvo en el zaguán y respiró tranquilamente; se sintió liberado de la angustia y al mismo tiempo recordó el apotegma cristiano: “Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra”.