Las trampas del “acoplamiento”
Por Maru Ayala
Extracto del Boletín Danzón Club No, 177 (Noviembre, 2024)
En diferentes ocasiones he escuchado a gente decir: “Quiero bailar con esa persona porque con él/ella me acoplo muy padre”. Me llama la atención que en muchas ocasiones los bailadores(as) usan el término “acoplar” de manera incorrecta, o incluso, de manera tramposa.
La primera vez que hice conciencia de esto fue en un baile allá por el 2005. Yo tenía una compañera alta, delgada, bonita, y muy buena danzonera. Estábamos sentadas en una mesa con nuestro grupo y en eso llega un danzonero conocido de nosotros y la saca a bailar. Él tenía un baile cadencioso pero sus recursos eran limitados, solo hacía unos cuantos pasos... eso sí, los pocos pasos que hacía los marcaba con mucha seguridad y precisión y le ponía mucha, mucha actitud. Este personaje gustaba de sacar a bailar a buenas danzoneras y se ponía a bailar frente a las mesas de pista de sus amigos para que le echaran porras.
Yo había bailado con él algunas ocasiones y me di cuenta que, aunque él tenía cierto nivel de coordinación y conducción, a la hora de querer salirse de los pasitos que ya tenía bien ensayados, perdía la coordinación o se salía de música y no tenía la capacidad de volver con facilidad. Una mujer que perciba el baile como una forma de compartir y no de competir y que tenga cierta seguridad en el baile, puede superar esta situación sin problemas.
En varias ocasiones desde mi rol de seguidor le ayudé a “parchar” y sobrellevar sus fallas y seguimos bailando como si nada hubiera pasado. Estoy segura de que mi amiga también hizo eso en innumerables ocasiones con esta personita. Eso no me incomodaba, lo que me caía mal era que yo lo vi varias veces bailar con otras mujeres y cuando ellas tenían un errorcito, él evidenciaba su equivocación; se tomaba el tiempo de hacer que las personas que lo estaban mirando se dieran cuenta que la chica se había equivocado y dejaba de bailar para corregirla ahí en la pista. Me parecía de muy mal gusto.
Volviendo a mi amiga y a la noche de baile del 2005; pasó mucho rato y mi amiga no volvía a la mesa, a mí se me hacía raro porque nosotras teníamos la costumbre de solo bailar un danzón con quien nos sacara a bailar. Yo la buscaba entre la multitud de gente bailando hasta que la encontré. Ahí estaba ella buscándome con la mirada. Me hacía señas de que ya no quería bailar, pero el hombre no la soltaba. Ella amablemente ya le había dicho varias veces que quería sentarse y él le insistía en bailar una más. Nunca le soltó su mano, de manera que más que pedirle bailar, la tenía algo así como secuestrada en la pista de baile. Finalmente terminó la tanda (que consta como de 7 danzones) y ella logró zafarse. Regresó a la mesa frustrada y descompuesta de la impotencia.
En aquella ocasión yo hice algo que ahora no haría (creo). Fui a buscar a esta persona y le dije amablemente, pero con indignación, que consideraba de mala educación su forma de actuar. Le dije: Si ella te está pidiendo sentarse, significa que ya no quiere bailar contigo, acepta su negativa y déjala que se vaya. ¿Saben qué me respondió? Es que casi nunca la veo y me encanta bailar con ella porque NOS ACOPLAMOS MUY PADRE.
Ahí me di cuenta de que cuando decimos o creemos que nos acoplamos muy padre con alguien lo que verdaderamente puede estar pasando es que podemos estar cubriendo las deficiencias que no hemos podido superar a nivel personal.
En el caso específico del “secuestrador” de mi amiga, estoy hablando de un caso extremo, en donde ella estaba como la gatita de las caricaturas de la Warner Bros. que permanentemente intenta escabullirse del zorrillito enamoradizo (Pepe Le Pew). Cualquier bailador puede haber caído en esta situación sin darse cuenta. Hasta cierto punto creo que puede ser parte de nuestro crecimiento como bailadores, como personas, como seres humanos en desarrollo (quiero pensar).
Quiero proponer que tengamos cuidado cada vez que pensemos que “nos acoplamos muy padre” con alguien. Sugiero que en estos casos nos cuestionemos si ¿ese alguien siente el mismo nivel de satisfacción al bailar con nosotros? Porque al decir “NOS acoplamos” estamos infiriendo que los dos nos sentimos igual.
En clase muchas veces me han dicho: Maestra póngame a bailar con fulanito o menganita en la coreografía “porque nos acoplamos muy padre”. Lo chistoso es que ha pasado que varias personas se me acercan para hacerme la misma petición. Curiosamente siempre hay bailadores(as) con los que todo mundo se siente “bien acoplado”. ¿les suena familiar esta situación?
Lo que sucede cuando se forma una pareja de un bailador experimentado con alguien que está en su proceso de aprendizaje, no es acoplamiento, es que uno lleva al otro y le hace sentir cómodo y realizado. Esa maravillosa capacidad la podemos tener todos, si TODOS; es cuestión de disciplina, amor por la danza y un poco de tiempo. Encontremos la belleza de disfrutar nuestro proceso y comprometernos con nuestros caminos. ¡Creo que es muy válido y entiendo el disfrute de bailar con personas que tengan capacidades superiores a las nuestras, es delicioso! pero no podemos volvernos dependientes de ello. Así como no es bueno encariñarse de nada que no nos pertenezca. Podemos disfrutar y agradecer el momento de compartir nuestro danzón con un bailador(a) experimentado(a) pero lo ideal es que trabajemos y disfrutemos lo que es nuestro, disfrutar cada momento, no pretender correr antes que caminar.
Yo recuerdo con ternura cuando meneaba la cabeza al bailar, cuando no podía abrir y cerrar el abanico, cuando los zapatos de tacón alto me causaban inestabilidad, cuando pensaba que estaba bailando increíble y mis maestros me corregían cosas que no alcanzaba a identificar, o cuando vuelvo a ver videos de mis primeras muestras en la que mi postura me causa una mezcla de pena y cariño. ¡Todo eso es lindo! ¿Por qué no disfrutar el no poder ahora?, sin ello no podríamos saborear el dulce sabor de tener un pequeño logro, y luego otro, y luego otro. ¿Por qué querer ser algo que no somos?
Obviamente nuestro cuerpo va a reconocer inmediatamente el baile claro y fluido de alguien más experimentado, pero no es bueno “engolosinarnos” y desearlo a toda costa. Si esto nos pasa, valdría la pena reflexionar en temas como: ¿Para qué estoy bailando?, ¿Estoy dispuesto a que mi gusto por el baile dependa de que esté con esa persona?, ¿el baile me hace feliz?
El danzón es un mundo maravilloso y nuestro baile siempre saca a relucir los aspectos que podemos trabajar dentro y fuera de las pistas de baile. ¡Bendito danzón!
Nota: este artículo fue publicado en la página de Facebook “Revista de Danzón Primer Montuno” de Jacobo Salazar, quién nos autorizó reproducirlo. También la autora del artículo, Maru Ayala nos otorgó amablemente el permiso para publicarlo en este boletín, DANZÓN CLUB.
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