EL DANZÓN DE DON MEFI
Por Leonardo Rosen “El Brujo del Danzón”
Extracto del Boletín Danzón Club NO. 176 (Octubre, 2024)
Tal vez algunos de ustedes recuerden mi relato sobre el contacto que tuve con Fausto Morales en el puerto de Veracruz. Fue un bailador muy malo del danzón que hizo un contrato con Mefistófeles (el Diablo), para convertirse en el mejor danzonero, y lo fue, por lo menos en Veracruz. Don Fausto falleció hace pocos años, y no sé si cumplió con su contrato para servirle al Demonio toda la Eternidad, o si se arrepintió para ir al Cielo. ¿Creo lo que Fausto me dijo? “No soy religioso ni supersticioso, pero estoy abierto a toda posibilidad”.
Por las exigencias de mi trabajo profesional, tuve que radicarme recientemente de Veracruz a la CDMX. Siendo aficionado del danzón, me puse en ese ámbito en esta ciudad, bailando en los sitios conocidos: Salón Los Ángeles, La Maraka, El Gran Forum, etcétera, y por supuesto, los sábados a la Ciudadela con su Plaza del Danzón. Soy viejo soltero (divorciado, realmente), y con la carencia de hombres en el danzón, siempre hay damas que quieren bailar conmigo. Siendo como soy, no sólo me gusta bailar, sino me gusta observar a la gente, por ejemplo, observo a las damas sin hombres que bailan en fila con sus abanicos siguiendo las instrucciones de algún maestro conocido. Pero, hay mujeres que bailan completamente solitas sus pasos básicos, soñando con alguna pareja masculina ideal. Sin embargo, caminando un sábado en esa plaza, vi algo diferente.
Muy a un lado y alejado del tumulto de danzoneros que buscan estar siempre cerca del escenario, observé a una dama que bailaba solita. La diferencia de las demás "llaneras solitarias" era que esta mujer bailaba muy bien pasos avanzados y complicados que requerían la dirección y el apoyo de un hombre muy adepto en el danzón, Pero, ¡no se veía ningún hombre! La otra gente, involucrada en su propio baile, no se daba cuenta de eso, en cambio, yo sí. Esa dama, madura de edad, estaba completamente absorbida en su actividad, y no sabía que yo la observaba, lo que hice por bastante tiempo. Decidí no interrumpirla, sino pensar en lo que vi y regresar el próximo sábado para verla otra vez. Me preguntaba: ¿Cómo era posible que una mujer baile así solita? Además, ella se veía muy feliz en hacerlo. Una voz en la cabeza me decía, "No sigas con esto. No le busques cinco pies al gato.", y otra voz me dijo, "Tienes que entender este misterio. ¡Ándale, güey!"
El siguiente sábado, regresé a la Ciudadela, y ni bailé. Empecé a buscar a mi dama misteriosa, y la encontré, alejada de los demás, sin hombre, ella ejecutaba floreos, giros y no sé qué más. ¿Cómo era posible? Ese día, el cielo estaba muy nublado y el sol casi no se mostraba, de repente, dos nubes se separaron, permitiendo algunos rayos del sol descender a la tierra. Hubo una refracción de esa luz que me permitió ver algo increíble. La imagen del hombre que bailaba empezó a materializarse poco a poco. Cuando se materializó por completo, yo vi a un hombre de altura promedio vestido en atuendo de danzonero veracruzano de color blanco y sin sombrero. Su figura tenía rasgos y tez típicamente mexicanos con dos excepciones, tenía ojos de color verde y cabello muy rojo. De la descripción detallada que Fausto Morales me había dado en Veracruz, lo reconocí inmediatamente. ¡Era Mefistófeles, el Diablo! Yo jadeé Involuntariamente y audiblemente, "¡Don Mefi!". Aunque yo no estaba muy cerca de esa pareja, Don Mefi me oyó y me miró. Yo no sabía qué hacer. Interrumpió el baile, le pidió permiso a la dama y se dirigió hacia mí, lo cual, me hizo sentir por un momento una mezcla de miedo y curiosidad.
Don Mefi y “El contrato”
Al llegar conmigo, Don Mefi me dijo, "No te conozco. ¿Cómo es que me conoces?” Componiéndome, le contesté, "En Veracruz, Fausto Morales te describió." "Desde luego, Don Fausto me habló sobre sus pláticas contigo. Pues, ahora sé quién eres." No puedo hablar contigo en este momento, porque estoy bailando con esta excelente dama, y debo volver con ella. Somos caballeros ¿verdad? Ya sé tú dirección para que te visite y platiquemos. Por favor, no tengas miedo de mí. Es que puedes verme cuando otros no. Entonces, regresó a la dama, que le estaba esperando pacientemente. Así, ella reanudó su baile "solita y sin hombre". Al regresar a los demás danzoneros cerca del escenario, yo pensaba, "No soy religioso ni supersticioso. Pues, ¿Por qué yo?".
Unas noches después, regresé a mi departamento en la Colonia Juárez después de una cena con amigos en un restaurante. Cuando prendí la luz, lo vi sentado en el sofá, igual que en el cuento de Fausto Morales. Por eso, no me dio un susto. Don Mefi me dijo, "No me invitaste, pues, espero que me perdones." "No hay nada que perdonar, pero por favor, explícame lo que pasa y porque te puedo ver." "Primero, te explico lo que hago. Muchos piensan que sólo arrastro a pecadores al Infierno para sufrir castigos horribles. Tal vez, pero hay más, hay personas consumidas con deseos. Si son religiosos, les suplican a Dios que cumpla sus deseos. Si Dios no quiere hacerlo, algunas personas aceptan su decisión, pero, otras pierden la Fe en Él. Así que, me invitan a mí, porque tengo el poder de satisfacer cualquier deseo, hasta el más profundo. Como aprendiste de Don Fausto, les ofrezco un contrato para servirles en esta vida terrenal, y en cambio, tendrán que servirme a mí en los Bajos Fondos después de morir por toda la Eternidad. Tú no crees ni en Dios ni en mí. No tienes la Fe para perder, y no me invitas. Entonces, ¿Por qué puedes verme? De hecho, no sé. No crees en El, pero tal vez que Dios te utilice para frustrarme y hacerme dudar mis poderes. Tenemos una relación difícil ya que soy su hijo y me echó del Paraíso. En todo caso, puedes verme y nos podemos hablar."
"Pues, me has visto con una bailadora, mi “cliente”. Esta dama se llama Adriana Sosa Lara, viuda del doctor Mauro Valladares Gante, un destacado cirujano cardiovascular. Ella es una dama jubilada, administradora de un colegio en Polanco y una encantadora abuela. En su tiempo, ella y su marido eran aficionados del danzón, como sabemos una actividad excelente para la gente de edad madura, además, los dos tenían mucho talento para bailarlo. Hace tres años, el doctor Valladares falleció de un cáncer renal. Tristemente, Doña Adriana, hasta la fecha no ha podido aceptar la ausencia de su marido. Siendo muy religiosa, ella a cada rato rezaba a Dios, suplicando que el Supremo regresara su marido a este plano, especialmente para bailar con ella, porque el danzón fue en su madurez tal vez una expresión de su amor, aún más que el sexo. Mi Padre, Dios, por sus razones no quiso darme esto, y la señora perdió la Fe. Así, me invitó, y como sabes, tengo el poder de satisfacer todo deseo en esta vida, por el precio conocido. Aunque el marido está en el Cielo, yo puedo hacer que venga aquí para bailar con la viuda, por la ayuda de algunos corruptos en ese lugar. Le he explicado mi contrato, y ella lo está considerando. No soy nada más su pareja suplente y temporal en el danzón hasta que Doña Adriana firme el contrato.
Don Mefi continuaba, "Tú, mi amigo, eres un hombre decente y honrado, ya lo sabes todo y tendrás que hacer una decisión moral. ¿Intentarás disuadirle de firmar el contrato y, que no pueda jamás gozar la felicidad de bailar con su marido?, o, ¿No vas a decirle nada, para que ella tenga la dulce felicidad de estar y bailar con su marido, no importa el precio? Te pregunto si tienes el derecho de meterte en este asunto. ¿Tienes el derecho de desempeñar el papel de Dios? Esta señora es una adulta y tiene la capacidad y el derecho de tomar su propia decisión. Favor de pensarlo bien”. Entonces, me dijo "Buenas noches" y se esfumó. Tomé mi tiempo y lo pensé bien. Al final de cuentas, comprendí que una mujer adulta tenía todo el derecho de decidir sobre su vida, entendiendo bien las consecuencias. No le diría nada a esa dama.
La próxima vez en la Ciudadela, la vi a Doña Adriana bailando "solita". Con la refracción de la luz del sol, vi la materialización de un hombre. Esta vez, no era Don Mefi, sino un hombre maduro de edad y de apariencia elegante, no en atuendo casual, sino de buen gusto, era justamente su marido, el doctor Mauro Valladares Gante. Estas dos personas parecían muy felices, bailando como una pareja de jóvenes muy enamorados. Pienso que tomé la decisión correcta de no meterme en esto, sin embargo, no quiero volver a ver a Don Mefi, ¡Nunca, jamás! (Pero......., nunca se sabe, ¿verdad?)
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