Por Alejandro Cornejo Mérida
Extracto del Boletín Danzón Club No. 174 (Agosto, 2024)
Existen muchos caminos para mantener alegre el corazón; uno de ellos es por la vía del Danzón, y aunque operan también factores que de obstaculizan el sendero, creemos que, si actuamos con inteligencia y de buena fe, saldremos airosos en nuestro propósito de lograr la felicidad de manera permanente.
El estado de ánimo impregnado de alegría, se puede diluir por diversas razones, una de ella es la incomprensión, la intolerancia y la falta de solidaridad de la pareja con quien bailamos. Concurren otros factores internos que son un tanto irreales como imaginarios, es el caso de la intervención del Señor de las Tinieblas, el Diablo. Al hablar de él, debemos apoyarnos en la inteligencia, el raciocinio y el entendimiento; y así, todo lo que digamos se entenderá como una alegoría o una fantasía que se anida en nuestra mente gracias a las enseñanzas religiosas y supersticiones inculcadas por nuestra familia, la educación y por las tradiciones de nuestro pueblo.
A pesar de los importantes avances científicos y tecnológicos que existen en nuestros tiempos, todavía hay personas que creen en Satanás, lo cual es una situación muy respetable; hay también quienes niegan su existencia, razón por la que este mensaje podría resultar fantasioso. No dudamos que todos, por lo menos una vez en la vida, hemos escuchado hablar del diablo y lo identificamos como una persona maligna creada por el Supremo y arrojado al infierno como castigo por querer ser más poderoso que el Creador; reina en este mundo y siempre se contrapone, dice la opinión popular, a las buenas acciones de Dios. Se nos ha hecho creer que en cada instante, este personaje está tentando a los hombres y a las mujeres para que actúen contraviniendo las Leyes Divinas y sembrando en este mundo el odio, el rencor, venganza, maldad, lujuria y la perversión, incluyendo los Siete Pecados Capitales; la creencia común, respecto a él, es que todo lo bueno lo descompone perversamente, donde hay armonía siembra el caos, si hay amor y cariño lo transforma en aversión, desprecio y odio; donde reina la paz y la tranquilidad, se las ingenia para crear discrepancias que llevan a la guerra y así quitar la vida a muchas personas inocentes. Se le encuentra en todos los lugares de la Tierra, inclusive en los salones de baile, en los talleres y en las plazas públicas donde se disfruta el sabroso ritmo del Danzón.
Este ritmo elegante, idolatrado por muchos, siempre ha dado de qué hablar. Recuerdo que en una clase de baile, un destacado maestro, en relación a las parejas sentimentales, dijo a sus alumnos: “El Danzón, da y quita”. Se refería a que este ritmo de pareja, dulce y cadencioso nos obsequia alegría, placer, salud y bienestar, haciendo germinar el amor entre las parejas, acercándolas para que se den mutuamente felicidad; pero también es notorio que debido a ese género musical, muchas veces se engendra el desamor; es decir, el afecto se diluye, se aleja, se retira y es cuando el cariño se quita de una relación entre personas que fueron atrapadas por las delicias del amor divino, ese que no admite dolor, penas ni venganzas. Si, porque el amor verdadero no tiene por qué ser doloroso; sin embargo, cuando la soberbia, la presunción y el afán de demostrar que en una pareja uno sabe más de baile que el otro, surgen los problemas en ese duplo, pues uno pretende, constantemente, corregir al otro; y si algo en la bailada sale mal o en la rutina que se esté ensayando se equivocan, entonces se culpan mutuamente de ese desatino; esta situación genera un descontento entre ambos y se crea un ambiente incómodo para la pareja que a partir de ese momento se irrita y se incomoda; ambos ponen el rostro duro, de pocos amigos y proyectan una imagen desencantadora. Es ahí donde el ambiente se distorsiona, la sonrisa bella desaparece al sentirse masacrada por los dardos venenosos que, camuflados en forma de palabras, resultan lastimosas y ofensivas dañando el corazón del receptor del reclamo. El increpado, víctima de la crítica o la amonestación hecha de manera severa, sin tacto o a veces violenta, lo pone de mal humor y debido a esa fricción, en algunos casos, se transforma su sentir y lo que luego desea es alejarse de la pista y ya no bailar, y lo que pudo ser un momento placentero, lleno de deleite y alegría, habrá de tornarse agrio y hostil. Cuando esto ocurre, la persona que profiere el reclamo o la crítica, es aludida diciéndole: “Ya se te metió el diablo”. Esta frase resulta metafórica, pues realmente el diablo es una fantasía, algo irreal, que no puede introducirse en ninguna persona. Lo que sí existe son creencias o ideas que nos mueven y nos hacen actuar de forma equivocada lastimando muchas veces el ego de la persona que amamos.
Muchos instructores o maestros de danzón recomiendan a sus alumnos que entre ellos no se corrijan, aunque uno sepa más que el otro; y que si se cometen errores al ejecutar una melodía no se culpen mutuamente, pues esa acción le resta encanto al disfrute del paradisíaco danzón. También es importante que las parejas que bailan sean compresivas y tolerantes con su compañero, y que entiendan que nadie es perfecto, considerando también, que sólo quien “no hace nada no se equivoca”.
Atendamos las recomendaciones de los maestros y aprendamos a disfrutar y a gozar el danzón. No debemos agriar una clase o un colectivo libre sólo por unas equivocaciones, esto no es una hecatombe, desgracia o el fin de mundo; los errores hasta los más versados los cometen. Y aunque los “diablos anden sueltos”, no permitamos que se apoderen de nosotros y nos confronten amargamente con nuestras parejas. La alegría del danzón vale más que los reclamos motivados por las fallas en la ejecución de ese ritmo.
Sin duda, exagero al atribuirle la culpa al pobre diablo de las desavenencias provocadas por las fallas o errores al bailar, por ello pido disculpas. Lo cierto es que los responsables de los distanciamientos emocionales entre parejas de baile, auspiciados por los desatinos y equivocaciones, somos nosotros mismos por omitir las indicaciones del instructor.
El amante del danzón debe siempre tener en cuenta lo que dicen la mayoría de los maestros: concentrarse en la clase para aprender bien; luego de haber asimilado las enseñanzas básicas disfrutar el ritmo, sentir la alegría y el placer de ser un danzonero, pero ese bienestar debe expresarse con el lenguaje del cuerpo y una jovial sonrisa, amable y cautivadora, porque el danzón es una creación divina que nació para elogiar el corazón manteniéndolo sano, dichoso y radiante de felicidad. Los corazones alegres siempre tendrán una larga existencia.
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