Por Alejandro Cornejo Mérida
(Extracto del Boletín "Danzón Club" No. 37, Marzo, 2013)
En uno de los sábados pasados del mes de enero,
viajaba en el transporte colectivo
conocido como el Metro cuando escuché, en el interior del vagón en un disco de
esos que ofrecen los vendedores ambulantes, una vieja canción que las nuevas
generaciones desconocen. Esa melodía dice en sus inicios:” Valentina,
Valentina, yo te quisiera decir que una pasión me domina y es la que me hizo
venir…” Me trasladaba a la estación Balderas para luego encaminar mis maduros
pasos a la Ciudadela ,
la Plaza del
Danzón, donde cada sábado los amantes del baile fino se reúnen para disfrutar
las bellas notas musicales de los más hermosos danzones del siglo pasado y de
éste. En ese andar, e impulsado por el instinto humano de pensar, por unos
instantes mi marcha disminuyó su acelerado ritmo y mi mente empezó a
reflexionar sobre lo que es el Danzón. Fue en esos instantes cuando me percaté
que la pasión por la cadencia de esa música
me empezaba a dominar, ya que desatendí una invitación a unos XV años de
una sobrina que aprecio mucho, sólo para poder asistir al llamado de un baile
de Danzón. En mi cavilar entendí que existen personas que les apasiona el
deporte y por alguna de esta actividad hasta enloquecen. Otros se apasionan por
la ambición del dinero y el trabajo constante; y hay quienes se dejan atrapar
por una religión o por una imagen a la
que le atribuyen poderes milagrosos. Eso mismo ocurre en los políticos y en
quienes no pueden vivir sin dejar de pensar en la ambición del poder. Ante este
panorama, comprendí que el baile del Danzón y todo su entorno también llega a
apasionarnos convirtiéndonos en unos viciosos del enaltecido y acaramelado
ritmo que yo también adoro y rindo tributo.
En la
Plaza de la
Ciudadela suceden muchas cosas, pero lo que más atrae la
atención es ver que unos disfrutan bailando con amigas, integrantes de algún
club o taller de baile; otros danzonean con la pareja sentimental; otros más
sólo se la pasan observando, recreando la mirada con los bellos pasos que
ejecutan los expertos; y los menos sólo escuchan la hermosura de esa música que llegó a México para quedarse. En
mi caminar al santuario del Danzón, seguí reflexionando sobre la inmensa pasión
que ese divino y bendito ritmo despierta en los corazones de quienes lo
practicamos. Esa celestial pasión es tan fuerte que en algunas personas ha
llegado a convertirse en un vicio tan arraigado y profundo, que a veces hace
que nos apartemos de nuestros deberes y obligaciones. En efecto, cuántos hay
que faltan a sus trabajos sólo por no dejar de asistir a una clase o para no
perderse un evento danzonero? También los hay quienes dejan en casa, sin
atención a la madre o a los abuelos enfermos sólo para no perderse un baile de
danzón. También he sabido de personas que por no faltar a una exhibición o
ensayo permiten que sus hijos falten a
la escuela al no poder llevarlos porque las fechas se les empalman con el compromiso
del baile.
Para los
adoradores del danzón resulta desagradable escuchar que ese ritmo alcahuete
pero delicioso, envicia de tal manera
que sin desearlo nos induce algunas veces a realizar actos indebidos. El gusto
desmedido por ese género musical, que en ocasiones resulta difícil de ser
controlado, genera muchos conflictos y
serios disgustos familiares; hay parejas que han roto sus vínculos amorosos
porque uno desea ir al baile y el otro propone asistir a un lugar distinto.
También se dan casos en que el caballero bailador utilizando su inteligencia y
la mentira se escabulle del hogar para poder asistir a un evento de Danzón que
considera importante
Lo que ocurre en la práctica del danzón es que a
veces ese panorama es más complicado y dramático de lo que parece ser, sobre
todo cuando se llega a los extremos del vicio, pues siendo un baile de contacto
no es nada difícil entrar al espinoso
jardín de la deslealtad e infidelidad, situación que nos aparta de la actitud
justa y recta de la vida.
Puntualizamos también que, algunas veces, esa
inclinación que tenemos por ese tipo de género musical, afecta a personas que
dependen de nosotros y que decimos que amamos y queremos, pues en ese andar
danzonero hacemos una inversión que a
veces resulta tan fuerte que llega a lesionar
la economía familiar, y lo peor es que pocas veces nos percatamos que de
ese deleite único y maravilloso, surgen otros vicios como lo es la compra del
calzado y ropa danzonera (porque es de saberse que a la mayoría de los adicto
al danzón nos gusta el buen vestir). Existen personas que acumulan setenta u
ochenta pares de zapatos, vestidos de dama que sólo lo usan una sola vez,
trajes para caballeros de distintos tonos y smokings para los bailes de gala; a
ello debemos agregar que acudir a los salones de bailes implica un gasto extra
porque no sólo se paga la entrada, pues se consumen alimentos y bebidas, aunque
en el gasto de licores los danzoneros lo hacen con estricta moderación ya que
cuidan de no despedir el desagradable aliento alcohólico. Los desembolsos son
mayores cuando se acuden a los eventos danzoneros fuera de la Cuidad de México; y aunque
resulte difícil de admitirlo, hay quienes se endeudan con tal de no perderse un
bello, divertido y placentero Encuentro Nacional de Danzón como los que
organizan en Monterrey, Veracruz, Oaxaca, Acapulco, Guanajuato, Guadalajara,
Querétaro y otros atractivos lugares de nuestro país. Todos estos gastos
afectan seriamente la economía familiar y lo peor es que el disfrute no es para
todos los integrantes de la parentela sino que a veces sólo los disfruta el
varón o a veces la dama. Cuando las percepciones económicas de los amantes del
danzón son bajas y se experimenta el desenfreno por ese encantador ritmo que
nos aprisiona y cautiva, más se recienten los gastos que afectan a los que
dependen económicamente del apasionado bailador.
Decimos que el Danzón es una pasión que domina
porque muchos amantes de ese baile fino tienen las características señaladas
por el diccionario enciclopédico Larousse, que en relación a la pasión indica
que es una “inclinación impetuosa de la persona hacia lo que desea. 2. Emoción
fuerte y continua que domina la razón y orienta toda la conducta”. Ante esta
situación, la verdad es que no podemos negar que en muchos casos el sabroso
Danzón orienta nuestras vidas y obviamente también, sin razonar, la conducta
que realizamos. Cuando esto ocurre, pensamos que sin darnos cuenta nos
enfilamos hacia el camino del vicio y ya estando ahí en sus dulces,
paradisíacas y placenteras garras, es cuando sin pretenderlo, habitualmente
podemos hacer el mal a las personas que amamos. El mismo diccionario Larousse
indica que el vicio es: “2. Costumbre o apetito morboso, pero que produce
placer”.
La pasión, el vicio y la adicción, en mi opinión,
están emparentadas y las veo siempre de la mano influyendo y metiéndose en el
cerebro de las personas para tomar el timón, pervertido pero agradable, de la
nave que nos conduce al éxtasis. Es así como también esas pasiones se hacen
presentes en la música, el teatro, el cine, la televisión, la gula, el sexo y
el alcohol. Esas inclinaciones, disposiciones y apegos provocados por la
pasión, el vicio y la adicción a veces crecen en forma desmedida, como los
tumores malignos, y penetran en el campo de la patología dando lugar al
paroxismo que según indican los conocedores es la mayor exaltación de afectos y
pasiones no controladas; es exacerbar o agravar la enfermedad provocada por la
pasión y el vicio que auxiliadas por la endorfina que se producen en ciertas
zonas del cerebro, engendran el placer que se experimenta cuando se tiene
dependencia y apego a una persona que irracionalmente amamos sin importarnos
los desprecios y humillaciones a que nos someta. Una clara muestra del vicio o
pasión por un supuesto amor lo expresa la canción que muchas veces le
escuchamos a Marco Antonio Muñiz y que dice: “El vicio, el vicio de quererte me
domina”… Algo parecido, pero en el campo de la danza, ocurre con nuestra
conducta influenciada por la pasión y el vicio que tenemos por esa belleza de
baile que es una galanura de perfección. Lo confieso, soy un pervertido
adorador de su Majestad el Danzón, y lo venero porque me ha dado un inmenso
placer al llenar mi vida de salud física y espiritual, de bienestar, de
alegría, de deseo de vivir, de amistades que hoy considero parte de mi familia
y de otras linduras y bondades que sólo las puede obsequiar esa paradisíaca
música. Al señalar el frenesí y delirio que nos provoca el Danzón al apoderarse
de nuestra conducta, no se menciona con la intensión de satirizar o de desprestigiarlo,
se hace con la firme idea de que lo gocemos, lo disfrutemos con la debida
moderación, que busquemos el justo medio, que no nos dejemos llevar a los
extremos, que no se convierta en vicio, que no nos haga perder el control de la
mente, de la voluntad y de nuestras
decisiones.
Parte de mi pensamiento, mis sueños, mis anhelos, mi
voluntad, mis suspiros, mi amor, mi tórrida sangre y mis esperanzas apuntan
hacia lo celestial, la excelsa divinidad
del Danzón.
Mientras tenga vida,
voz y fuerzas en mis pulmones siempre gritaré con vehemencia y en todo lugar:
¡Que viva el Danzón! ¡Que viva el Rey de todos los ritmos!
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